25 de marzo de 2015

Torta de espinacas


ingredientes
Patatas fritas
Relleno
350 g de espinacas
2 huevos
250 g de requesón
100 g de queso Feta
ralladura de lima

preparación
Cortamos las patatas en lonchas, las freímos y tapizamos con ellas un molde redondo a modo de tartaleta.
  1. En un poco de aceite, salteamos durante un minuto (no más) las hojas de las espinacas y las extendemos sobre las patatas.
  2. Desmenuzamos encima el queso feta y la ralladura de lima.
  3. Batimos los huevos con el requesón y terminamos de rellenar el molde.
  4. Horneamos a 200º entre 12 y 15 minutos.
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Potaje con agua de mar


ingredientes
350 g de garbanzos
175 g de alubias
25 g de algas wakame deshidratadas
agua de mar
cebolla, ajo, perejil, zanahoria y laurel para cocer con las legumbres,
pimentón y azafrán
½ kg de bacalao
3 huevos.

preparación
  1. Desalamos el bacalao durante 48 horas. Haremos tres cambios de agua y, mientras tanto, lo mantendremos en la nevera.
  2. La víspera, remojamos los garbanzos y las judías.
  3. Cocemos las judías con una zanahoria, ½ cebolla, laurel y perejil, todo entero: sin picar.
  4. En la olla, ponemos los garbanzos, las pieles y raspas del bacalao, laurel, ajo y cebolla. Cubrimos de caldo usando 2 partes de agua normal por 1 de agua de mar. Cocemos.
  5. Remojamos las algas durante 20 minutos, cambiamos el agua y volvemos a remojar durante otros 20 minutos
  6. Cocemos los huevos.
  7. En una sartén con un poco de aceite, salteamos la cebolla con el pimentón, el azafrán y el bacalao desmigado.
  8. Juntamos el contenido de la sartén con las judías, los garbanzos y las algas, ajustando la cantidad de caldo.
  9. Añadimos el huevo duro picado y dejamos cocer durante 5 minutos.
  10. Si el potaje no va a tener reposo, podemos añadir 2 cucharadas de harina en el rehogado.
  11. Podemos hacer unas pelotas con miga de pan, huevo, ajo y perejil, bacalao desmenuzado. Se pasan por pan rallado, se fríen y se incorporan al potaje para que cuezan con él.
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Pan de leche para torrijas


ingredientes
350 ml de leche
1 c.c. de azúcar
30 g de levadura
600 g de harina
5 g de sal,
1 huevo para pintar

preparación
  1. Diluimos la levadura en la leche templada.
  2. Mezclamos la harina con la sal y el azúcar, añadimos la leche con levadura y amasamos.
  3. Dejamos la masa en sitio cálido y esperamos a que doble.
  4. Formamos 2 barras con la masa y las dejamos tapadas con un paño para que vuelvan a doblar.
  5. Pintamos las barras con huevo batido y horneamos a 200º unos 20 minutos.
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24 de marzo de 2015

Nakeima














Miércoles, una y cuarto de la tarde. Refugiado de la fina lluvia bajo paraguas o cornisas, un pequeño grupo de personas guarda cola ante la fachada añosa de una cafetería estilo años setenta, que parece cerrada desde entonces. Alguno que va llegando, pide la vez: "¿quién es el último?".
A la una y media, se levanta el cierre, que parecía echado para siempre, y aparece una joven que va tomando nota del orden de llegada y cita a todos para las dos. La chica viste vaqueros y camiseta negros. En la camiseta se puede leer: Nakeima.
Esta informal (¿o quizá estudiada?) puesta en escena es la forma de acceso a Nakeima Dumpling Bar, uno de los restaurantes de los que más se habla en los últimos meses en Madrid. Otro más de esos estupendos restaurantes "low cost" (Triciclo, Candela Resto, Vinoteca Moratín) que estan renovando y abaratando el panorama gastronómico madrileño.
En una entrañable y vieja cafetería setentera, hábilmente renovada con unos pocos elementos de Ikea, un grupo de animosos jóvenes han montado un restaurante muy peculiar: se come en la barra; sólo se admite a veinte comensales por sesión a los que se esmeran en atender siete cocineros-camareros; no hacen reservas; no hay carta sino pizarra que se reescribe cada día según mercado o inspiración. Pero tampoco es tan necesaria la carta.
Lo mejor es dejarse guiar por la sugerencia de uno de los dos chefs, Gonzalo García o Roberto Martínez, que, luego, al otro lado de la barra ultimarán algunos de los platos ante el comensal. Platos de fusión asiática, peruana, española, que los jóvenes cocineros (allí nadie parece superar la treintena) interpretan libremente. 
El menú que compusieron por nosotros se inició con unas deliciosas ostras, a las que siguió un surtido de nigiris de “fusión cañí”: de ibéricos, de gambas al ajillo y de sepia al ali oli, sencillamente extraordinarios, sobre todo el primero, de panceta de ibérico cortada muy fina y calentada con soplete, con una picada de tomate y cebolla encima y un toque de cilantro. El siu mai de papada que siguió, muy delicado, no bajaba el nivel, que se mantuvo con el Dumpling da ria, el bao de setas, el chirasi de tendones y los callos thay deliciosamente picantes que precedieron al Ramen da terra, la delicada sopa japonesa que culminó la comida.

Los postres son habas contadas, apenas tres especialidades entre las que elegí unas natillas cítricas de yuzu, con un toque justo de acidez.
No tienen cafetera, así que la cuenta para tres personas, con cerveza, varias copas de vino, agua mineral y "sin cafés", salió por 106 euros, que no parece mucho si eres uno de los veinte privilegiados que consigue sentarse en cada sesión de esta informal y maravillosa barra de la que una se levanta con ganas de volver.

Nakeima
Meléndez Valdés 54
Madrid
Cierra domingos y lunes
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11 de marzo de 2015

Galletas de bacon


ingredientes
150 g de bacon
70 g de manteca de cerdo
260 g de harina
1 huevo
70 g de queso crema (Philadelphia o similar)
orégano
sal

preparación
  1. Picamos el bacon muy menudo (si se puede, mejor con picadora) y lo freímos, sin nada de aceite, en una sartén.
  2. Unimos el bacon con el resto de los ingredientes y hacemos una masa, que dejamos reposar en la nevera.
  3. Estiramos la masa y, con un cortapastas, cortamos las galletas.
  4. Horneamos a 210º de 10 a 20 minutos.
  5. Estas galletas pueden servir de base para un canapé como el que se ve en la foto. En este hemos puesto carne de membrillo, queso y un poquíto de orégano.
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Costillas de cerdo con alcaparrones

ingredientes
(para 6 personas)
¾ kg de costillas adobadas
2 kg de patatas
1 cebolla
2 dientes de ajo
1 calabacín
70 g de alcaparrones
¼ litro de vino blanco
aceite

preparación
  1. En una cazuela con aceite, rehogamos la cebolla, los ajos y el calabacín, pelado y picado.
  2. Incorporamos las patatas, peladas y cascadas, rehogándolas durante 3 minutos.
  3. Agregamos las costillas y seguimos removiendo.
  4. Añadimos los alcaparrones y cubrimos con vino y agua.
  5. Cocemos hasta que las patatas estén tiernas.
  6. Si las costillas no están adobadas, ponemos pimentón y orégano.
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Mousse de fresa

















ingredientes
250 g de fresas maduras (no pasadas),
3 claras a punto de nieve
1 bote de leche evaporada (bien fría)
3 c.s. de gelatina de fresa
3 c.s. de azúcar glas

preparación
  1. Montamos las claras con una c.s. de azúcar glas.
  2. Batimos las fresas con el resto del azúcar y la leche, dejando un poco para calentar.
  3. Calentamos un poco la leche evaporada y, cuando hierva, le disolvemos los polvos de la gelatina de fresa. Movemos para que se disuelva bien.
  4. Cuando temple la gelatina, la unimos con el batido de fresa.
  5. Incorporamos el merengue, suavemente, y rellenamos las copas.
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10 de marzo de 2015

La Gran Hojalatería

















Cuando, a finales de mes, José María Rivas eche el cierre de la Gran Hojalatería, estará poniendo fin a una historia de más de cien años, que se inició en 1897, cuando su bisabuelo abrió el establecimiento que, en poco tiempo, se convirtió en la referencia de Madrid para todo tipo de objetos de hojalata. Cántaros de leche, zafras de aceite, alcuzas, medidas para sólidos y líquidos… eran fabricados a mano en el amplio sótano de esta pequeña tienda, donde llegaron a juntarse hasta 18 operarios que debían trabajar con enorme precisión, ya que de sus manos salían las medidas de aceite, leche o vino y un cántaro de veinte litros debía tener esa capacidad exactamente.. Allí, en el sótano, todavía se conservan los añosos aparatos que se utilizaban para cortar, curvar y domar las láminas de hojalata que demandaban lecherías, molinos de aceite y tiendas en general de media España. Pero ya no hay hojalateros. Los últimos fueron retirándose en los años ochenta cuando las normas sanitarias y el acero inoxidable (también, por supuesto, el plástico), hicieron que la demanda se redujera hasta lo meramente decorativo. Cuando, hace unos días, acudí allí para preguntar por una churrera, me dijeron que el artesano que se las suministraba dejó de hacerlas hace 30 años y, de vivir, ahora tendría casi cien.
Ante el dilema de “renovarse o morir”,  José María, que lleva allí desde la adolescencia, decidió darle un pequeño giro al negocio y orientarlo hacia el menaje de cocina, del que ha vivido los últimos años, vendiendo útiles culinarios que ya no fabricaban en el sótano. Pero ya no puede aguantar más. A pesar de que la cocina está de moda, la crisis es más fuerte y las ventas cada día son menos, aunque, de vez en cuando, un objeto que aparezca en un programa con cocinero se pueda despachar como rosquillas durante unos meses. Ocurrió, por ejemplo, con aquellos peladores de ajos de silicona: en una semana, se vendieron 200, pero la moda pasó pronto y la última docena todavía está en las estanterías. El caso es que estos picos de ventas, cada vez más espaciados, no dan para mantener abierto el negocio con el que José María y Nieves, su mujer,  complementaban sus pensiones estos últimos años. Seguro que sacan más alquilando este local de la calle Imperial, esa pequeña cuesta que baja haciendo una “ese” desde el ministerio de Asuntos Exteriores hasta la calle de Toledo, en una zona que reúne algunos de los negocios más antiguos de Madrid.
 Pared con pared, compartiendo el número 12 y un poco más antigua, la Sombrerería Medrano, especializada en sombreros de época y eclesiásticos, sigue haciendo bonetes, mitras para obispos o birretes cardenalicios a medida de las levíticas cabezas de sus parroquianos. Que dure mucho.
Mientras, en estas líneas, quiero rendir homenaje a esos artesanos y comerciantes  que, porque amaban lo que hacían, han resistido hasta que no han podido más y, como José María y Nieves, van, poco a poco, echando el cierre a unos negocios que durante siglos han sido parte de la vida de la ciudad y de su paisaje.

Nota: todavía, durante este mes y mientras quede género, se puede comprar en la Gran Hojalatería. Como se puede aprovechar la liquidación por cierre de una pequeña tienda del barrio de Argüelles, Sky Menaje, donde venden a buen precio estupendos utensilios para la cocina y la mesa. También se la ha llevado la crisis

Gran Hojalatería
Calle Imperial 12
Madrid

Sky Menaje
Meléndez Valdés 54
Madrid
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3 de marzo de 2015

Comer con la cámara

















Me he sentido aludida en un artículo que publicaba El País hace unos días bajo este título: “Por favor, no fotografíen mis platos”. Se refería al ruego que ha hecho el chef Heston Blumenthal a los clientes que acuden a su mítico restaurante, The Fat Duck, para que no hagan fotos de cada plato que les sirven. El cocinero cree que una experiencia extraordinaria, como la que quiere proporcionar a sus clientes, no debe verse perturbada por los flashes que usan algunos desaprensivos, por comensales que se levantan para buscar un mejor ángulo a sus platos, o por cualquier otra cosa que distraiga la atención de los clientes de su selecto local de lo que verdaderamente importa: “si vamos a setas: a setas”. Cada vez son más (somos más) los aficionados que comentamos en internet nuestras experiencias en los restaurantes. Muchas veces son simples fotos que subimos a Facebook o “whatsappeamos” para dar envidia a nuestros amigos. Otras se trata de ilustrar las críticas que se publican en páginas como 11870.com o en blogs más o menos profesionales. El caso es que algunos restaurantes se están convirtiendo en un guirigay fotográfico algo molesto, que por lo demás no es muy diferente del que se produce en los museos con los selfies frente a las obras maestras o al paso de cualquier famoso o famosillo, al que se acosa para conseguir una foto juntos y enviarla instantáneamente a los amigos. Los móviles con cámara y las facilidades que da internet de poder publicar las imágenes de inmediato no hacen más que echar leña a un fenómeno que algunos restaurantes no acaban de ver con buenos ojos. Hay quienes reaccionan en positivoel desaparecido restaurante Eva de Los Ángeles ofrecía un descuento del 5% a quienes no utilizasen el móvil ni para fotos ni para hablar mientras estuvieran en el local, y en el Bouley de Nueva York se ha montado un pequeño estudio en la cocina para que los aficionados puedan fotografiar los platos en las mejores condiciones. David Bouley su propietario cuenta que tomó esta decisión después de haber visto a clientes que sacaban hasta trípode para sus fotos o se subían a la silla para tomar planos cenitales de los platos.
El propio Blumenthal ha abierto una cuenta en Instagran donde publica las fotos seleccionadas de sus preparaciones para que las tomen de allí quienes quieran luego utilizarlas en la red. Se asegura de que al menos sean de calidad y que sus platos salgan apetitosos. Porque una de las cosas que cualquier restaurante de cierto nivel debe tener en cuenta es su imagen en internet. Hace un año, el maitre de un restaurante que acababa de ser distinguido con una estrella Michelín, me comentaba cómo estaba temiendo a los “blogueros” que iban a llegar en el fin de semana con unas exigencias críticas radicales a veces: no es que vayan a hundir un negocio bien llevado, pero pueden crear un run run negativo que daña la imagen. Contaba Xavier Domingo, uno de los renovadores de la crítica gastronómica desde sus columnas de Cambio 16, que dejó de hacer crítica de restaurantes cuando se enteró de que dos de los que no había hablado muy favorablemente habían tenido que cerrar. Yo no creo que mis críticas tengan esa repercusión, pero, por si acaso, me limito a comentar sólo los restaurantes que me han gustado. A los otros, me limito a no volver. Y, eso sí, procuro no molestar lo más mínimo y no me subo a la lámpara para hacer fotos.Imprimir