18 de mayo de 2020

Yo también me he puesto a hacer pan


Después de asaltar los supermercados para proveernos de ingentes cantidades de papel higiénico, los cocinillas han entrado en acción y, durante un tiempo, los anaqueles de harina han estado más vacíos que los bares. Se anunciaba que el confinamiento iba a provocar problemas psicológicos en algunas personas pero no creo que nadie pensara, ni por lo más remoto, que el acopio de harina iba a ser uno de los síntomas. De forma imprevisible, la ansiedad que denota el gesto casi medieval de almacenar harina para resistir un asedio ha sido la mejor medicina. Cuando se hace por afición, fuera de la obligación cotidiana de preparar la comida, la cocina es un estupendo relajante. Siempre se ha dicho que lo mejor es cocinar sin prisas y, en este largo confinamiento, parece haber tiempo para todo.

Y he aquí que un insospechado ejército de cocineras y cocineros ha decidido meterse en harina. De repente, las cocinas se han convertido en obradores de cuyos hornos no paraban de salir panes (con o sin masa madre), bizcochos, pasteles y otras exquisiteces. O bodrios incomibles e indigestos, porque ya se sabe que la cocina no es ciencia infusa y requiere de unas destrezas que no siempre pueden aportar los libros sobre la materia. Pero sea el resultado exquisitez o bodrio, da gusto ver como las cocinas se han vuelto a convertir en el centro de la casa que siempre fueron. Quién iba a imaginar que, en esas casas de cocina impoluta por falta de uso, fogones, hornos, batidoras y demás menaje iban a competir de tú a tú con Netflix. ¡Vivir para ver!

 Al principio del confinamiento, las redes sociales se llenaron de memes que hacían bromas con kilos y barrigas excesivos, como resultado de la falta de ejercicio. También en esto parece que han fallado los profetas porque todo el mundo se las ha ingeniado para hacer ejercicio y ha corrido, ida y vuelta, por pasillos que sólo en su imaginación eran pistas de entrenamiento, ha convertido briks de leche en pesas para musculación o ha desempolvado por fin la bici estática que le trajeron los reyes y dormía mustia en el trastero. La cuestión es si este inaudito arranque pastelero y, más aún, panadero no termina dando al traste con los beneficios de tanto ejercicio.

Pero sea cual sea el resultado en la báscula, lo realmente extraordinario es que muchos se han dado cuenta de que cocinar puede ser uno de los ejercicios más agradables y gratificantes que existen, por mucho que los niños huyan despavoridos cuando el papá sale de la cocina: “¡Prueba, prueba, verás que rico!”.
Que dure.


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