16 de junio de 2015

La costa de Cádiz: reserve mesa.

















Para la guía Michelín, un restaurante con una estrella merece un desvío. El restaurante El Campero, en Barbate, Cádiz, no está en una encrucijada de caminos sino todo los contario, se en encuentra bastante apartado de las rutas más transitadas de la provincia: hay que ir allí expresamente. Y el día que estuve allí, un jueves de finales de mayo, El Campero estaba lleno hasta arriba y con gente esperando mesa libre, como la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, que aguantó en pie más de media hora hasta que hubo un hueco. Es decir, para mucha gente, El Campero merece un desvío.

El Campero
¿Lo merece realmente? Desde luego, en plena “almadraba” del atún, si. Porque El Campero centra su cocina en este extraordinario pez que, en los meses de mayo y junio, está en su momento óptimo. La carta, salvo algunas concesiones a los embutidos y las carnes (la retinta de la zona), rinde pleitesía al atún que se ofrece en mojama, a la japonesa (sashimi, tataki, etc.), en tartar, carpaccio, callos, mini hamburguesa y, por supuesto, a la plancha con mil aditamentos. De hecho, el capítulo “atunerías” es casi la mitad de la oferta y, en el resto, es también el gran protagonista.
Es delicadísima la ensalada de alcachofas y rúcula, con vinagreta de mojama, Muy buenas las croquetas de atún, aunque el pez lucía más en la jugosa ventresca a la plancha que probamos después. Muy bien resultó también el guiso a la roteña, que hacen con pargo, en vez de la típica urta. La punta de solomillo de retinto que tomó mi amigo, alérgico al pescado, tenía el punto perfecto en la parrilla. Los postres, de gran nivel, con un arroz con leche que provocaría envidia en algunos restaurantes del Cantábrico.
La carta de vinos, no muy larga pero bien elegida, (pedimos un refrescante y frutal sauvignon blanc de La Finca la Colina) y el servicio, puntual y amable, hicieron una comida perfecta, que no pasó de 40 euros por comensal, aunque no nos excedimos en la comanda.
En resumen, merece el rodeo.

Castillería
Un rodeo complicado es necesario también para dar con Castillería, un restaurante atrevido, con su especialidad de carnes en la tierra del pescaíto frito. Perdido en una pedanía escondida a dos kilómetros de Vejer, Castillería es un precioso local en medio de una vegetación casi tropical, arrullado por el rumor de una pequeña cascada. La carta, como decimos, rinde pleitesía a la carne, que constituye su tronco central. Carne sobre todo de vacuno, aunque también se ofrece cordero de Aranda, cochinillo de Segovia y solomillo de cerdo de distintas razas, porque en Castillería la carta de carne se organiza por razas y edades. Hablamos de las piezas de vacuno, que inician su enunciado con la ternera avileña de 8 a 12 meses, la más suave. Continúa con el vacuno de 4 a 6 años: solomillos y lomos de rubia gallega, retinta de La Janda, frisona de Sevilla, parda también gallega, palurda de León y alguna otra raza que se puede cantar fuera de carta. El top es el lomo de rubia gallega de 9 a 11 años. Vista la perplejidad de los comensales, la maitre (¿se dice así o la maitresa?) nos ofreció la posibilidad de una degustación al centro de la mesa, que crecía en intensidad desde la rubia gallega de 4 años, a la palurda leonesa, pasando por la joya de la corona de la zona: la retinta. Eran piezas rotundas, sabrosas, hechas por fuera en su punto y rosadas y jugosas por dentro, que se presentan cortadas y que desaparecían de la mesa con rapidez, sin dejarlas enfriar, lo que las mataría. Un Jumilla de Juan Gil estuvo a la altura del reto, que redondearon los postres, sencillos pero sabrosos. El precio, más que razonable. Quizá es que estamos mal acostumbrados con las desmesuradas minutas de algunos restaurantes de Madrid

En Conil, me resultaron estupendas las tapas de los distintos locales de Los Hermanos, por encima del excelente nivel del tapeo en toda la zona.

Me habían hablado mucho de La Fontanilla, en la playa del mismo nombre de Conil. No respondió a las expectativas creadas. Simplemente correcto, multitudinario y, en proporción, más caro que los dos anteriores. Eso sí, si se logra reservar mesa en el ventanal corrido que da al oeste, se puede disfrutar de una puesta de sol que no se olvidará. Si vas con tu chica o tu chico, puede merecer la pena sobornar al camarero.
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