Casi por sorpresa, este fin de semana ha vuelto a abrir el
Mercado de Motores. Lo cerró una incomprensible decisión administrativa a
primeros de diciembre y ya lo dábamos por perdido, pero ahí está otra vez.
Dicen que es un “rastro hípster” o “pijo” y, aunque algo hay
de verdad en el calificativo, el Mercado de Motores es eso y muchos más, razón
por la que, quizás, se ha convertido en un gran polo de atracción para las
mañanas de los domingos (no todos) en Madrid. Para muchos es como ir a misa de
doce.
No vende motores. Su nombre le viene de su primera
ubicación, en la histórica Nave de Motores que, desde en el barrio de Pacífico,
surtía de electricidad al Metro de Madrid. Como el sitio se le quedó pequeño,
se mudó a la vieja estación de Delicias donde comparte espacio con trenes y
vías del Museo del Ferrocarril, otro de sus atractivos. Como digo, no vende
motores, sino lo típico de estos mercadillos de domingo pero en moderno. La
ropa usada y las antiguallas, aquí son “vintage” y los objetos nuevos -ropa,
muebles, decoración-son siempre de diseño, un diseño desenfadado y joven.
Además, el Mercado de motores tiene una zona dedicada a la alimentación,
poco habitual en otros “rastros” y muy distinta de la que ofrecen los mercadillos
de barrio. Allí todo es “gourmet” o tiene un punto especial que lo distingue:
artesanal, ecológico y, desde luego, original. Originales son, por ejemplo, las mermeladas con licor de Cucumi: pera con Pedro
Ximénez, limón y lima con mojito, calabaza y amareto… o cervezas: rubia, trigo
o Imperial Porter. O los caracoles ecológicos que trae Jorge Moreno desde la
Alcarria y la “Miel inmaculada” de Martín García. Tampoco está mal el ketchup artesanal
de Barba Roja, los embutidos del Rincóndel Pirineo, los lácteos, ya conocidos, de La Pastora del Guadarrama, o los productos Cornicabra, que, este domingo,
trajeron del campo toledano desde aceite hasta crema de queso o vermut. Todo
del productor al consumidor. Lo vende quien lo elabora, lo que, ya lo he dicho
otras veces, es para mí garantía de calidad. Nadie da la cara por un mal
producto, a no ser que pueda decir que él solo se limita a vender.
Pero los verdaderos focos de atención para los muchos
visitantes, aparte de locomotoras y vagones históricos, eran dos puestos muy originales.
En el primero, Resetea, vendían un kit para cultivar setas en casa. Si es
cumple lo que decía el vendedor, en menos de dos semanas puedes tener tu primera
cosecha de hongos y lo más curioso es que el sustrato orgánico se hace a base
de posos de café con lo que se ahorra un vertido y, si tienes capacidad de
interpretación, sirve para adivinar el porvenir.
En el segundo, lo que se ponía a la venta eran “las
escrituras de propiedad” de un huerto ecológico. El proceso es como sigue:
contratas un huerto (los hay de distintos tamaños), eliges lo que quieres
plantar y la empresa te lo cultiva con criterios ecológicos. De mayo a
diciembre, cada quince días o semanalmente, vas recibiendo en casa una cesta
con tu cosecha, recién cortada. Además puedes ver crecer tus pimientos y
tomates en la web de Huertea. Es divertido, sabroso y no muy caro. O, al
menos, no tanto como cultivar tomates en la terraza.
Y es que, los precios del Mercado de motores son bastante
razonables. En la zona vintage, situada al aire libre, yo he comprado alguna
cosa bien bonita que no habría estado a mi alcance con los precios, a veces
disparatados, del Rastro. Si a esto unes una agradable terraza para tomar el
aperitivo y la atracción que para los niños suponen los viejos trenes del museo
(se pueden dar una vuelta montados en uno en miniatura), no deja de ser un estupendo
plan para el sábado o el domingo. El único problema es que a las doce ya hay
una larguísima cola para entrar. Veremos si este Mercado de Motores, no termina
muriendo de éxito.
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