Todos los días, antes de que salga el sol, el Campo de’ Fiori, una hermosa plaza romana a un paso de bella Piazza Navonna, se convierte en un mercado de frutas y hortalizas al aire libre. Por la noche es el centro de la movida romana. No está mal la convivencia de esos dos mundos tan diferentes que acoplan sus horarios de madrugón y trasnoche.
Yo elegí la mañana, cuando la plaza se llena de color con los puestos de fruteros, hortelanos, especieros y, por supuesto, de pasta que desde hace casi 150 años surten al barrio, en pleno centro de Roma.La plaza, un amplio rectángulo limitado por hermosas y desconchadas mansiones, tiene un pasado tenebroso: en tiempo fue el lugar de las ejecuciones y allí fue quemado en la hoguera, Giordano Bruno, aquel dominico napolitano hereje para católicos y calvinistas. Su estatua preside ahora a la plaza y en torno a ella se organizan los puestos entoldados que componen un abigarrado conjunto de mil colores al que ponen banda sonora los gritos de los vendedores para llamar la atención de las clientas.
En el Campo de’ Fiori hay sobre todo frutas y hortalizas, pero en una variedad increíble, para quienes estamos acostumbrados al monopolio de la lechuga y la escarola de las ensaladas españolas. Se puede comprar cualquiera de las verduras que encontramos aquí pero con muchas variedades. Habrá seis o siete clases de lechugas; nabos con multitud de formas y colores; tomates enormes, minúsculos y medianos, secos o de puro jugo, casi siempre de un rojo subido; calabazas de todas las formas y calibres, que parecen a punto de convertirse en carrozas… Pero aún me llamaron más la atención verduras y hortalizas que aquí no son habituales o que ni siquiera conocía. No sólo la rúcula, que ahora se pone tanto en las ensaladas finas, sino también el ruibarbo, la achicoria, el hinojo, la flor de calabacín o la extraordinaria variedad de patatas.
Quizá esa palabra, variedad, sea la que mejor defina este mercado. Lo mismo que de verduras, hay decenas de tipos de pastas, quesos, embutidos, cebollas, pimientos, hierbas, especias… La italiana, cuando hace la compra, no pide una lechuga, sino ese tipo especial de lechuga que va a aliñar con unas hierbas muy determinadas a las que añadirá aquel pecorino que tienen en la formaggeria de la esquina.
Me llamó la atención como las verduleras no venden por piezas enteras –una lechuga, una escarola- sino que las separan por hojas, como esos preparados para ensalada de los supermercados, y las cobran al peso.
Son incontables las combinaciones de colores y sabores que consiguen con las hierbas. Y la increible variedad de especias que utilizan para matizar sabores de sus pastas, ensaladas y guisos.
Me hubiera llevado de todo, aunque sólo fuera para probarlo, pero las aerolíneas low cost son muy estrictas en materia de equipaje y, bien a mi pesar, me tuve que conformar con una trufa blanca que, aunque grande en precio, ocupa un espacio mínimo.
Pero salí embriagada de colores, olores y sabores en este Campo de’ Fiori que, con razón, las guías presentan como una de las atracciones turísticas de Roma.
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Pero salí embriagada de colores, olores y sabores en este Campo de’ Fiori que, con razón, las guías presentan como una de las atracciones turísticas de Roma.
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2 comentarios:
Voy a Roma la semana que viene, gracias
Buon viaggio
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