Hay un tipo de restaurantes que podríamos calificar como restaurantes de carácter. Un carácter que casi siempre les imprimen sus dueños, gente que ha levantado el negocio desde un origen humilde y que, además de hacerlo funcionar como tal negocio, le ha dado su impronta. Después de ver sus programas de televisión, no me caben dudas de que Diverxo, el restaurante de David Muñoz, puede entrar de lleno en esta categoría. En el extremo opuesto, La Troya , en Trujillo, es (o era) un local con carácter: el que le imprimió la mítica Doña Concha. Podría citar muchos otros ejemplos, pero hoy quiero hablar uno que me ha hecho feliz este fin de semana: Casa Antonia. No es ni siquiera un restaurante. En realidad Casa Antonia es una estupenda pensión con un bar en los bajos, donde Antonia da de comer a los huéspedes que lo solicitan. No hay carta y el menú se elabora con lo que la cocinera ha traído del mercado ese día. Un menú tradicional y casero que Antonia elabora poniendo en él lo mejor de sus capacidades. Son platos honrados de toda la vida que cocina con los mejores ingredientes, la ciencia que seguramente aprendió de su madre o sus abuelas y cariño: mucho cariño. Porque si algo caracteriza a este tipo de restaurantes, y desde luego a Casa Antonia, es la preocupación porque el huésped, el comensal, salga satisfecho. Estoy segura de que cuando hizo la compra tuvo buen cuidado en seleccionar lo mejor porque lo iba a cocinar más para invitados que para clientes; y que, cuando se puso ante los fogones, trabajó con esmero pensando siempre que aquello lo tenían que disfrutar sus huéspedes. Y bien que los disfrutamos.
La estrella del almuerzo eran los caparrones, una alubia roja, típica de La Rioja, que llegó a la mesa en dos grandes cacerolas de barro, que mantuvieron caliente el delicioso guiso para quién quisiera repetir. Todos nos apuntamos a una segunda vuelta y aún hubo quien tripitió aquellos caparrones de gran suavidad con un caldo perfectamente trabado y el carácter y sabor que le daban los tropezones de chorizo y tocinos. No fue el caso, pero Antonia, estuvo vigilante para que nadie se quedara con ganas de más. Los segundos estuvieron a la altura: carrillera, rabo de toro guisado y, por supuesto, un extraordinario bacalao a la riojana, perfecto de punto y, lo que parece más difícil, de sal. Aunque cada plato se servía en amplias fuentes, para que cada comensal se pusiera a su gusto, Antonia se disculpó porque que sólo quedaban tres raciones de bacalao. Comimos cuatro y si alguien se quedó con ganas sería por gula.
En los postres, aplauso generalizado a las torrijas y empanadillas de crema que también se sirvieron en generosas fuentes. No quedó claro cuál estaba mejor. Por gentileza del gran Yuri que nos condujo hasta allí, redondeó el almuerzo un magnum de Castillo de Cuzcurrita, cuyas almenas se ven desde el ventanal de Casa Antonia.
La cuenta, acostumbrada a los precios de los restaurantes de Madrid, fue el penúltimo regalo de esta gran Antonia, que, a las doce y media de la noche, cuando regresábamos a su pensión, todavía salía a tirar la basura, en manga corta con los termómetros a cero grados.
Su último obsequio fue un fabuloso desayuno de bufet de cinco estrellas, incluido en el módico precio de la habitación.
Chapeau.
Casa Antonia
Segundo Cantón, 2
Cuzcurrita De Rio Tiron (La Rioja)
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