El Tachuela
A veces, el dueño del bar es en sí un espectáculo. Recuerdo el local que, en La Granja de San Ildefonso, regentaba “El Tachuela”, aquel actor que se quitaba el flequillo de la frente a base de soplidos y que salía en las películas de Marisol. Te recibía con grandes algaradas de afecto, aunque no te hubiera visto por allí en la vida. Y las despedidas eran tan cordiales que los más tímidos salían con disimulo antes de ser sometidos a los abrazos, besos y sonoras expresiones de cariño por tan extrovertido barman.
La Troya
En la Fonda La Troya, en Trujillo, oficiaba Doña Concha, una extremeña de carácter que presentaba credenciales al comensal con una tortilla de patatas grande como el as de oros y una exuberante ensalada. Después, te preguntaba qué ibas a comer y si te ponías melindrosa decidía ella el menú y no admitía protestas. Pero estaba en todo. En una de mis visitas, se percató de que mirábamos con envidia la mesa en la que comía el cura. Cuando el clérigo hubo concluido su colación, nos hizo una seña y ella misma colaboró en el traslado a ese privilegiado lugar, junto al balcón, donde la comida se disfrutaba con la mejor vista de la plaza de Trujillo.
Sidrería Camino
En la Sidrería Camino, en el barrio de Los Castillos, hay que ser muy hábil para llegar a la barra sorteando la siempre repleta sala y, si quieres comer, aunque sea el menú del día, mejor reserva con tiempo. De acuerdo que dan cosas ricas y el servicio es de lo mejor, pero el éxito desbordante del local tiene que ver sobre todo con la simpatía de lván, que hace que todo el mundo se sienta un cliente especial. Cada día reparte más besos y abrazos que un político en campaña.
Manilo
A veces, los parroquianos se sienten tan a gusto que hacen suyo el bar y se preocupan de que te sientas a gusto. Me ocurrió hace unos días, en un bar-restaurante de polígono industrial en uno de los accesos a Lorca. Cuando paramos a mediodía para tomar algo, todas las mesas estaban ocupadas y la dueña sólo se sintió aliviada de su preocupación por no poder atendernos cuando supo que no nos importaba comer en la barra. Pero hubo suerte y quedó libre una mesa en la terraza. Allí todo fueron atenciones, tanto de la dueña como de la joven que servía las mesas y que, en un santiamén, llenó la nuestra de platos sencillos y riquísimos. Como no coincidíamos en el punto del chuletón a la brasa (especialidad) que íbamos a compartir, nos trajo un plato caliente de barro para que quien lo quisiera más hecho lo pudiera poner a punto. La ensalada de la casa, sencilla y rica, nos permitió conocer los tallos de alcaparra, que resultaron estupendos. Al final la mesa, que no era muy grande, estaba tan llena que no sabíamos donde colocar las cosas. Ahí entraron en acción nuestros vecinos, un grupo de seis o siete personas, que bebían cerveza animadamente en la doble mesa vecina. En vista de nuestros apuros, nos cedieron una de sus mesas y, no contentos con semejante generosidad, nos ayudaron a instalar en ella todo lo que no cabía en la nuestra. Como corría un poco de fresco, se preocuparon también de bajar los toldos para que el aire no molestara a nuestra nieta, que se había dormido. La estupenda comida resultó aún mejor rodeados de gente tan amable. Cuando nos fuimos, pedimos a la camarera que les pusiera una ronda a nuestra cuenta. La sorpresa fue que, al pasar en el coche por delante del bar, todos estaban formados en la terraza, copa de cerveza en alto, brindando y despidiéndose de nosotros. A su salud.
El Bar Asador Restaurante Manilo, está en el nº 64 de la carretera de Lorca a Caravaca.
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2 comentarios:
Muchísimas gracias por sus comentarios, muy agradecido en nombre de BAR MANILO y sigan creyendo en los bares pequeñitos.
Un saludo y asta otra. Muchas gracias.
Muchas gracias a vosotros por el buen trato y seguro que volveremos y ojala que sea pronto
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