Mi abuelo tuvo tienda en la Gran Vía. Estaba en la esquina
de la calle Chinchilla, frente a lo que hoy es una de las boutiques oficiales
del Real Madrid. Entonces estaba a sólo una manzana del solar donde después se
construiría el Palacio de la Música, ese bello edificio que, si alguien no lo
impide, terminará siendo una más de las franquicias que se están adueñando de
la zona más noble de esa calle, que en un tiempo se consideraba el Broadway
madrileño. Hace tiempo ya que la Gran Vía ha sido tomada por las grandes marcas
de ropa que se disputan, a golpe de talonario, los espacios del tramo más noble
de la calle para dejar clara su jerarquía. Uno a uno, los mejores edificios,
que antes fueron teatros, cines o bancos,
están siendo transformados en tiendas enormes que acabarán por
convertirla, si no lo han hecho ya, en un gigantesco centro comercial al aire
libre. Parece el sino de las calles principales de las grandes ciudades: ser
colonizadas por las marcas multinacionales hasta el punto de que pronto, viendo
los negocios que se instalan, será difícil distinguir en qué ciudad estás. En
todas serán los mismos.
Siempre que hablamos de la Gran Vía, hablamos de las tiendas
de las grandes marcas y de los grandes cines, que se han reconvertido al
musical. Pero, aunque nadie parece darse cuenta, ha ocurrido lo mismo con
restaurantes y bares. Los más viejos recordarán aquellas grandes cafeterías que
aparecieron en los años sesenta con nombres americanos: California, Nebraska, o
Manila, con su extraordinario mirador en la planta noble del edificio Capitol.
Como los grandes cines, también han desaparecido y hoy sólo sobrevive Nebraska
con una decoración no muy diferente a la de sus mejores tiempos. Mientras
tanto, casi no pasa un mes sin que aparezca un nuevo bar o restaurante, sobre
todo en la parte más nueva de la calle, la que va desde Callao a la Plaza de
España. Prácticamente todos pertenecen a franquicias que tratan de hacerse con
un sitio en la bulliciosa calle donde el aluvión de turistas que la recorre
cada día es una clientela segura. También en este caso son locales fácilmente
reconocibles por las formas, colores y logos corporativos de las franquicias,
grandes o pequeñas, aunque de vez en cuando se cuelen castizos como el Museo
del Jamón.
Tienen en común precios razonables (con excepciones) y la comida rápida (algunos la llaman comida basura) que sirven. Su interés gastronómico en dudoso.
La orilla derecha
Empezando en la plaza del Callao, dirección Plaza de España,
por la acera de la izquierda, podemos tomar comida rápida japonesa en el
SubaruSuhi express, un pequeño local, todo diseño, en el que no hay ni que
entrar: pides la comida desde la calle. Muy poco más abajo, Papizza: también
tamaño mínimo y venta hacia la calle. El producto lo anuncia su nombre. En la
esquina con la calle Tudescos, se ha instalado la gran franquicia del pan: Le pain
quotidien. En la de la calle Silva, está el segundo McDonals de la calle (el
primero está en la red de San Luis) y, en el mismo edificio, la franquicia de
los pollos de Kentuky, con la imagen ufana y satisfecha de su fundador. Más
abajo, Palazzo sirve helados italianos prefabricados y, pasada la calle de San
Bernardo, Dunkin Donuts ha instalado un enorme café, paraíso del colesterol.
Su vecino es el Starbucks, que no podía faltar en una calle tan frecuentada por
los “guiris”.
Se inicia aquí un tramo que podríamos llamar castizo, de diseño
cañí, con esas fotografías de paellas, platos de jamón o de mejillones por las
que parece no pasar el tiempo. Aquí están, sucesivamente, el Mesón del Jamón,
la marisquería Sirena Verde y el inefable Museo del Jamón. El casticismo
deslumbra también en la farmacia del Licenciado Gutiérrez Hinojal, que conserva
intacta su fachada desde los años cincuenta. Puede que sea el único local de
toda la Gran Vía que no se ha reformado nunca. Superado el tramo nacional,
aparece la parrilla argentina de Di Mario, un minúsculo local de zumos, que se
llama Revive y se anuncia como “fast food saludable” y, finalmente, el National
Geografic, una tienda temática “de aventura” que también explota un restaurante
en el que imagino que darán filete de león.
La rive gauche
Sólo hemos hablado de la acera de la derecha. Volvemos por
la de la izquierda, que, partiendo de la Plaza de España, se estrena con el
Lupita Cuzco, un peruano que por el nombre debe tener algo de Méjico y que está
pared con pared con el Tapas 44, la franquicia de la cervecera Estrella de
Galicia. Como no podía faltar, más adelante está el Burger King y, poco más
allá, el primer Vips de la calle, al que sigue un “100 montaditos”, un “Bar de
Tapas”, que imita a los bares de tapas, y un Rodilla con su surtido inacabable
de sanwichs: esta sería la “zona nacional” versión moderna, justo enfrente de
la castiza, que recorríamos hace un momento. La cocina italiana está
representada por un local de la cadena Di Bocca, y todavía nos queda la
recreación de un bar americano de los 50, con sus neones y sus tonos pastel,
que responde al nombre de Tony Mel’s.
A su lado un enclave indígena que no admite dudas: “Jamón 55, mesón bar de tapas” y, por último, el enorme local que ha montado Atresmedia, aprovechando el tirón de algunos de sus productos televisivos. En la puerta te reciben Trancas y Barrancas, las deslenguadas hormigas de Paco Motos.
Y al lado, todavía mostrando orgulloso su nombre con rótulo rotundo, el Nebraska, nostalgia en vena de los años sesenta: “Camarero, me pone unas tortitas con nata”.
A su lado un enclave indígena que no admite dudas: “Jamón 55, mesón bar de tapas” y, por último, el enorme local que ha montado Atresmedia, aprovechando el tirón de algunos de sus productos televisivos. En la puerta te reciben Trancas y Barrancas, las deslenguadas hormigas de Paco Motos.
Y al lado, todavía mostrando orgulloso su nombre con rótulo rotundo, el Nebraska, nostalgia en vena de los años sesenta: “Camarero, me pone unas tortitas con nata”.
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