Pero, aparte de las metonimias, me interesan esos productos que llevan adosado el nombre de la localidad en que se producen como si citarla sirviera para reconocer su excelencia entre los de su clase. Y no sólo eso, se han unido indisolublemente al nombre del pueblo como un reconocimiento a su gente, que nos ofrece cosas tan exquisitas. Me explico: cuando hablamos de morcilla, lo primero que se nos viene a la cabeza es la “morcilla de Burgos” y si nos referimos a los melones, pensamos en Villaconejos. Hay mil ejemplos: pimientos de Padrón, arroz de Calasparra, garbanzos de Fuentesauco, chorizo de Cantimpalos, salchichón de Vic, alubias de Tolosa, berenjenas de Almagro, espárragos de Aranjuez, langostinos de Vinaroz, almejas de Carril, ensaimada de Mallorca, judías de El Barco, pimentón de la Vera, lentejas de la Armuña, melocotones de Calanda, anchoas de Santoña, ajos de Las Pedroñeras o de Chinchón, capón de Villalba, cochinillo de Arévalo o cordero de Aranda o de Sepúlveda, turrón de Alicante o Xixona, mazapán de Toledo o de Soto, pasas de Málaga… Son las “antonomasias”, otra figura literaria muy extendida en gastronomía.
La lista puede hacerse interminable y seguro que me dejo muchos fuera con lo que se excitarán los instintos tribales de más de uno: ¿por qué no cita tal cosa de mi pueblo, que es la mejor de España?. No me lo toméis a mal, no trato de ser exhaustiva y en algún punto tengo que cortar. Además, para eso están los comentarios.
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