En Francia, la carta de cualquier restaurante, incluso del
más humilde, propone siempre un surtido de quesos antes de pasar a los postres.
En las casas, después de cualquier comida. se saca a la mesa una tabla con tres
o cuatro fromages para que los comensales se sirvan. Parece que nuestros
vecinos no conciben una comida sin el queso como colofón. En los mercadillos,
junto a las frutas, verduras, embutidos, etc, los granjeros ofrecen las
elaboraciones artesanales de su quesería, voceando sus cualidades como si
fueran los mejores del mundo.
No es fácil imaginar algo así en España. A pesar de que
producimos quesos de gran calidad, la demanda es raquítica y en los comercios
no es fácil encontrar una oferta que vaya más allá del manchego, la torta del
Casar, el queso de tetilla y algún cabrales o similares. Poca cosa si se tiene
en cuenta que en España existe casi una treintena de denominaciones de origen
con productos estimables. Y es una pena, porque estamos dejando que poco a poco
se vaya reduciendo a la mínima expresión un tesoro gastronómico de gran riqueza
y variedad. Hace poco escuché como apenas queda media docena de productores de
San Simón, el excelente queso ahumado de la montaña de Lugo.
Poncelet
Junto a esa situación
tan precaria, en Madrid tenemos una de las mejores tiendas de queso de Europa:
Poncelet. Ya hemos hablado aquí de este tesoro oculto, que ofrece la mejor y
mayor variedad de quesos españoles y extranjeros. Pero hay más
Hace dos o tres años, Poncelet abrió un bar en el que el
queso es el rey. Y lo de rey no es gratuito en este caso, ya que se trata de un
auténtico palacio del queso. Poncelet Cheese Bar ofrece sus setecientos metros cuadrados para acoger a los
amantes de este producto lácteo, que se conserva en una enorme cava de cristal
climatizada que, no por casualidad, recuerda en su forma a un diamante. Y de
esa urna puede salir casi cualquier variedad de queso que pida, en su punto
justo de conservación. O de afinado, como les gusta decir en Poncelet.
Para disfrutarlo la hermosa sala, con una decoración moderna
y elegante en la que hay hasta un jardín mural como en Caixa Forum, tiene dos
barras, una a la entrada y otra al fondo, y un buen número de mesas, con
amplitud suficiente entre ellas. Yo recomiendo sentarse en la barra del fondo, frente
a la cava acristalada, para contemplar la profesionalidad de los camareros,
auténticos expertos en quesos, y charlar con ellos mientras preparan la tabla solicitada. La tabla admite todas las
combinaciones posibles, pero si no eres un experto, lo mejor es dejarse guiar
por el personal entre esa jungla de nombres de quesos, nacionales y de
importación, que suman hasta 140 tipos diferentes. Cada queso, cortado con
mimo, se servirá en porciones pequeñas, acompañado con algún pegotito de
compota, una mermelada, pasas, pistachos… en maridaje con el sabor: suave,
pronunciado, fuerte o muy fuerte, más o menos salado, ligeramente picante, de
hierbas. La experiencia puede resultar fantástica.
Si en vez de picar, se quiere una comida formal, la carta tiene
un buen número de platos (ensaladas, arroces, carnes, pescados, etc,) siempre
con el queso como coprotagonista. La carta de vinos, no se queda atrás, con una
buena selección de caldos nacionales, y apenas una mirada tímida mirada al exterior con
champagnes y oportos.
La cuenta, acorde con la calidad y exquisitez que se ofrece,
puede ser alta, pero la relación calidad–precio es razonable. Se trata de una
experiencia gastronómica como no hay muchas.
La recomiendo.
Poncelet Cheese Bar
José Abascal 61
Metro: Gregorio Marañón
Madrid
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