Después, como dice la Sra Callaved, empezaba la receta propiamente dicha, pero lo increíble es que no veíamos a la cocinera trajinando en los fogones, sino unos dibujos
(no animados) que, con mayor o menor fortuna, trataban de ilustrar las
distintas etapas del guiso.
En aquella televisión de Franco no dejaban entrar a Buñuel, pero
surrealismo había para dar y tomar.
A pesar de todo, hay que reconocer su calidad de pionera. De su mano, la
cocina se asomó por primera vez a aquellas televisiones de tubo
catódico, aunque fuese con el formato anticuado del Libro de la Sección
Femenina, ese, por otra parte, extraordinario compendio de la cocina
tradicional española.
Luego llegó Elena Santonja, con su desparpajo de elegante chica bien de
familia liberal y, finalmente, Arguiñano, ese increíble comunicador que
ha convertido su apellido en sinónimo de cocinero. Son, en mi opinión,
los tres hitos de ese proceso que ha terminado por convertir la cocina
-quien lo hubiera pensado viendo los programas de Maruja Callaved- en un
fenómeno de masas, que compite en audiencia y seguimiento con OT.
Rindámosle homenaje, como debemos recordar la figura de "Caius Apicius",
el gran crítico gastronómico que se nos ha ido también estos días.
Faustino Álvarez, ese era su verdadero nombre, ha sido un maestro de la
crítica gastronómica, que ejerció durante décadas desde el anonimato del
periodista de agencia. De la agencia EFE. Sus artículos, publicados
semanalmente en multitud de periódicos por todo el país (no los de
Madrid) son un compendio de erudición, buen paladar y de gusto por la
vida, con esa socarronería asturiana, jamás hiriente, que disfrutamos
quienes le hemos seguido.
Internet, que alguna cosa buena debería tener, nos permite gozar todavía
de sus lecciones magistrales. Escribe, en Google, Caius Apicius y además
de conocer que ese era el nombre de un romano, quizá el primer
gastrónomo, podrás disfrutar de la mejor literatura gastronómica.
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