15 de octubre de 2019

Lakasa

Hay un detalle en el restaurante Lakasa que me conquistó a la primera: nada más sentarte a la mesa, antes de que traigan la carta, te ponen una hermosa botella de agua del grifo, filtrada y fresca. Es gratis. En los restaurantes franceses lo hacen siempre, no sé si por costumbre o por norma, y sería bueno que aquí tomáramos nota, más teniendo en cuenta que, como dicen algunos, en Madrid, abres el grifo y sale agua mineral. La costumbre, sin embargo, es que el maitre tuerza el morro si le pides una jarra de agua en vez de la embotellada a precio de atraco.
Lakasa conquista también, si vas a mediodía, por la luz. No tiene paredes, sólo grandes cristaleras que dan a la sala un ambiente extraordinario sin que por ello se tenga la sensación de comer en un escaparate.
Otra cosa que me gusta: prácticamente todos los platos se pueden pedir por medias raciones, con lo que es fácil elaborarse una especie de menú degustación. El vino también se sirve por copas, si se quiere, pero además es posible pedir media botella de una acertada selección que se sale de lo trillado (la carta completa de vinos es amplísima). El vino que sobra se vende por copas en la barra del bar que funciona todo el día y donde, a cualquier hora, se pueden pedir platos de la carta.
Además el servicio es eficaz y amable: muy amable.

Cocina de temporada
Pero a un restaurante se va a comer. Y allí se come extraordinariamente. No sé si merece la pena que enumere la variedad de platos que disfrutamos aprovechando eso de las medias raciones, porque la carta de Lakasa se adapta a la temporada como traje de licra. Ahora, acabo de repasar el menú y brilla la caza. En poco tiempo, si la lluvia ayuda, servirán extraordinarios platos de setas.
Cuando yo estuve, hace algo menos de un mes, era todavía un menú ligero, aún veraniego. Ligerísima y delicada era la lubina con zumo de fruta, jengibre y piñones que abrió mesa. Tiernas y sabrosas las verduras de temporada, que sirven salteadas sobre una crema de anacardos muy lograda. Más clásico, un guiso de pochas con codorniz engrasada estuvo irreprochable. La carrillera de ternera con puré de boniato, al parecer uno de los clásicos de la casa, subió un punto el nivel ya sobresaliente de la comida: una delicia que se deshacía en la boca. Y así hasta llegar a los postres, con un buen lingote de tocino de cielo, que, para mi gusto, andaba un poco justo de dulce, y una macedonia de frutas acompañada de un extraordinario puré de melocotón asado. El café es bueno y el pan, de tres tipos, extraordinario, uno de los mejores que he tomado hace tiempo en un restaurante.

Buena relación calidad precio
La cuenta viene a salir en torno a 100 euros para dos personas, lo que no es barato, pero empieza a parecerlo cuando se disfruta de ese nivel de cocina. Corre la voz de que Lakasa es el restaurante al que acuden los cocineros y no debe ser sólo un rumor. A nuestro lado de sentaban dos personas cuyos comentarios delataban su trabajo entre fogones.
Una experiencia estupenda este Lakasa al que habrá que volver, quizá este mismo otoño, para comprobar si es verdad la fama de excelencia con los platos de caza: en la carta se anuncian ahora clásicos como el civet de liebre, un pato azulón asado o una paloma torcaz tratada como “coq au vin”. Lakasa cierra los fines de semana, una costumbre que me gusta, aunque no sé si para un restaurante es lo mejor. En este parece que si: fuimos un martes a mediodía y estaba lleno. Es conveniente reservar.

Lakasa
Plaza del Descubridor Diego de Ordás, 1
A la altura de la calle Santa Engracia, 120
Madrid 28003

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