Fue una pena, porque hubiera sido una forma estupenda de
terminar la mañana de cielo azul y domingo que hemos tenido como generosa propina
del verano. A veces pienso que esto lo pagaremos en estragos de cambio
climático, pero mientras llega, en un día así –y más si es domingo- hay que
echarse a la calle a disfrutarlo. Así que me fui al Rastro, que para mí es casi
una tradición familiar. Mi padre no se lo perdía ni un solo domingo y yo,
cuando voy, suelo encontrarme a alguno de mis hermanos merodeando por allí.
Llegar desde Alcorcón a Embajadores, en Cercanías de RENFE, cuesta
poco más de un cuarto de hora. Todo el mundo sabe que en el Rastro se puede
buscar de todo y yo, entre otras cosas, me fijo en todo lo relacionado con la
cocina. Lo primero que me encontré, novedad absoluta para mí, es el local de Taste of America que han puesto al final de la Ribera de Curtidores.
Ya conocía
esta cadena y siempre entro a curiosear en sus tiendas, que ofrecen productos
típicamente americanos, muy coloristas, sobre todo para repostería. Salí de
allí con varios chismes, entre otros un termómetro para bizcochos que cambia de
color cuando está hecho (el bizcocho, no el termómetro). No llegó a siete
euros.
Pero esto son minucias: del rastro se puede salir equipado
para cocinar. Por ejemplo, también al final de la Ribera de Curtidores se
venden cazuelas de barro, cacerolas y sartenes a precios muy razonables. En la
Plaza del Campillo del Mundo Nuevo, lo que se pueden comprar son cuchillos de
todo tipo de la marca Arcos.
En tiempos de setas, este domingo se vendían mucho esas navajas
especiales que incluyen hasta un pequeño cepillo para quitar la tierra de los hongos. En otro
puesto se podían comprar esos artilugios de gas, con dos círculos concéntricos,
para hacer paellas. Al lado, añejos aparatos de manivela para embuchar chorizos
y longanizas.O el puesto del paloduz.
Y qué decir de ese inefable tenderete que se sitúa junto a la verja del Casino de la Reina, casi en la plaza de Embajadores, donde el vendedor hace demostraciones de esos artilugios que transforman una zanahoria en un tirabuzón o pelan patatas casi por arte de magia.Muy cerquita, en la escalera del metro, un marroquí vendía hierbas de todo tipo, entre ellas esa hierba Luisa, tan difícil de encontrar en nuestros mercados.
Y muy cerquita también, en las enormes y destartaladas naves
de la antigua Fábrica de Tabacos, terminé el recorrido en una bella exposición de
fotografía del japonés Hiroh Kikai. Qué pena las colas interminables del
Mercado de Sabores: hubiera sido la mañana perfecta.
1 comentario:
Me pasa lo mismo. Tanta gente puede con mis nervios. Como se suele decir " se perdona el bollo por el coscorrón"!!
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