La mamá da la orden para que el niño, quizá ya un adolescente de 1,80, haga, a regañadientes, la que puede que sea su única contribución del día a las labores domésticas. A lo mejor, insistiéndole mucho, hace también su cama.
No sé si esta costumbre, la de poner la mesa, se va perdiendo en muchas casas, donde ya no es fácil que se junte la familia a la hora del almuerzo y, por la noche, se toma cualquier cosa frente al televisor.
Pero hoy no quiero hacer costumbrismo domestico-familiar. Me interesa fijarme en la expresión: “poner la mesa”. Según el diccionario de la Real Academia,
poner, significa
“colocar en un sitio o lugar a alguien o algo”. Es decir, no se entiende por qué se dice
"poner la mesa", si lo que vamos a hacer es cubrirla con un mantel o un hule y disponer sobre este los platos, vasos, cubiertos y servilletas que utilizaremos en la comida.
Cuando hayamos terminado de comer, alguien “quitará la mesa”, lo que supone que va a retirar, camino del fregadero, todo lo que se trajo al ponerla. En las inocentes disputas familiares habrá un tira y afloja.
-Que la quite mi hermano, que a mí me ha tocado ponerla.
Pero una vez más, la expresión es extraña para la acción que se pretende. Recurrimos otra vez al diccionario de la Academia que nos dice que
quitar es
“tomar algo apartándolo de otras cosas, o del lugar o sitio en que estaba”. Nadie va a traer la mesa desde otro lugar ni se la va a llevar cuando hayamos cenado. ¿Por qué utilizamos entonces estas expresiones?
La explicación es muy sencilla
A lo largo de la historia, nunca hubo en las casas una mesa destinada únicamente a comer. La mesa se armaba cada vez que era necesario con un tablero sostenido por dos caballetes, que se cubría con un mantel. Al terminar la comida, se desmontaba todo y se guardaba en su sitio. Ahí cuadra perfectamente lo de "poner" o "quitar" la mesa. Hay que decir que, en las casas más humildes, ni eso. Se contentaban con sentarse alrededor de la sartén y comer directamente de ella. Se bebía de una bota o de un botijo.
En el Museo del Prado, hay un cuadro de Luis Paret, en el se representa a Carlos III comiendo ante sus cortesanos. Y efectivamente, vemos como el Rey está sentado ante una mesa, situada en un rincón de un suntuoso salón del Palacio de Oriente, que por entonces se acababa de estrenar. La mesa está cubierta por un mantel blanco que llega hasta el suelo para ocultar lo que sin duda es un sencillo tablero sobre dos caballetes. Al parecer, a Carlos III le gustaba cambiar el lugar de sus almuerzos por distintos salones, lo que resultaba fácil por este sistema. De hecho, en este como en otros palacios hay multitud de mesas, pero son escritorios, burós, o pequeñas obras de arte, con incrustaciones de piedras nobles y patas muy labradas, pero inadecuadas para sentarse a comer.
En el castillo de Pau donde nació Enrique IV de Francia, se conserva una enorme mesa para banquetes, que no es otra cosa que una sucesión de tableros sobre caballetes, que se puede ampliar hasta donde lo permitan los límites del salón. Era fácil desmontarlos tras una cena y convertir el espacio en salón de baile, por ejemplo
La mesa de comedor
La mesa de comedor tal como la conocemos ahora, es decir, como mueble específico sólo para comer, se empezó a introducir en España a finales del siglo XVIII, como una moda que llegaba de Francia. Son mesas más ligeras que esos mastodontes puramente decorativos de los que hablábamos y se empiezan a instalar, como signo de distinción, en las casas y palacios de la aristocracia. A pesar de su ligereza, no se pueden transportar fácilmente de una habitación a otra, con lo cual en estas casas de ricos se les destina una habitación específica, es decir, el comedor. La cosa se fue democratizando después y todas las casas tuvieron su comedor presidido por su “mesa de comedor”. Y así hasta nuestros días en que se podría intuir que se da marcha atrás. Como las viviendas son cada vez más pequeñas, se tiende a comer en la cocina y sólo se utiliza el comedor cuando hay invitados. Conozco ya casas donde la mesa de comedor se ha suprimido y, cuando hay una comida más importante, se improvisa la mesa con tablero y caballetes que se suben del trastero. Como siempre fue.
Ah, desconfiad si un anticuario pretende venderos una mesa de comedor del Siglo XVII. No existían en ese tiempo.
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