12 de junio de 2013

Torta de verduras

















ingredientes

masa brisa
1 calabacín
1 berenjena
3 zanahorias
espárragos
100 g de queso crema
1 huevo
150 ml de nata
sal y pimienta

elaboración
Cortamos longitudinalmente todas las verduras. Ponemos en un molde redondo la masa brisa y, encima, vamos colocando las verduras perpendicularmente a la masa, alternado los colores de fuera a dentro.
Batimos el huevo, el queso, la nata y salpimentamos.
Vertemos sobre nuestra torta y horneamos a 200º, de 20 a 30 minutos, dependiendo del grosos de las verduras.
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Hogaza de merluza

















ingredientes

una hogaza de pan
trocitos de merluza sin piel ni espinas
huevos y harina para rebozar
ajo
aceite
perejil y sal,
aceite para freír

elaboración
Ponemos el pescado con ajo, perejil, sal y un poco de aceite. Lo pasamos por harina y huevo y freímos.
Vaciamos la hogaza, dejándola la tapa para cerrarla. La rellenamos con el pescado. Tapamos y envolvemos en una servilleta.

Coca de cerezas



















ingredientes

Para la masa
100 ml de leche
100 ml de agua
50 ml de aceite
 una pizca de sal
50 g de azúcar
400 g de harina de fuerza,
25 g de levadura de panadería.

Cerezas, azúcar y aceite

elaboración
Disolvemos la levadura en el agua templada. Juntamos todos los ingredientes de la masa, amasamos, formamos una bola y tapamos para que la masa crezca.
Dividimos la masa en dos, la estiramos, cubrimos con las cerezas, espolvoreamos por encima con abundante azúcar y un chorrito de aceite. Horneamos a 200º durante 20 minutos. Enfriamos sobre una rejilla. Las cerezas se pueden deshuesar o no.
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¡Vivan los novios!

















¿Qué idea tienes tú de un banquete de bodas? O, mejor dicho: ¿cuál es tu experiencia en este tipo de acontecimientos? Casi todos hemos “degustado” una de esas cenas de boda, en las que una  progresión interminable el platos termina provocando el hartazgo. Del plato de  fiambres (jamón de bodega) se pasa al cóctel de marisco (congelado, por supuesto) al que suceden la merluza en salsa y la  ternera asada en su jugo, culminando con helado, tarta de boda, cortada a espada, y no sé cuántas exquisiteces más, regadas por vinos cuyo nombre incluye siempre el “señorío”. Café, copa y puro completarán un menú que a los novios les puede costar un riñón y las críticas maledicentes de muchos de esos invitados que, no obstante, gritan con entusiasmo “vivan los novios”.
Las parejas que se casan (una especie que puede estar pronto en peligro de extinción) tratan cada vez más de alejarse de este tipo de ágapes que podríamos llamar “estilo De Torres”. A nadie gustan y no cuestan menos que otras formas más inteligentes de celebrar la boda. No tiene mucho sentido una comida de cinco o seis platos y varios postres, cuando en los restaurantes solemos pedir algo en el centro de la mesa para compartir, un segundo y, a veces, nos saltamos el postre, pasando directamente al café. Además, no hay cocina capaz de elaborar  de forma satisfactoria tantos platos para tanta gente y en tan poco tiempo. Desde luego, es mucho mejor reducir las cantidades exageradas a cambio de que los invitados puedan disfrutar de una comida  más gratificante. O menos extenuante.
Este viernes pasado asistí a una boda muy agradable: la de nuestra compañera Laura. En el bonito jardín de un palacete de principios del siglo pasado, los invitados disfrutamos de una sucesión de pequeños bocados, bien elaborados, originales y muy ricos. De pie o sentados, charlando con quien nos apetecía, no con la pesada que siempre te toca enfrente en la mesa, los camareros nos fueron ofreciendo cosas tan estupendas como blinis de roastbeef con verduras, “durum” de salmón ahumado y guacamole, yakitori de pollo con salsa de soja, minibrochetas de verduras con salsa romesco, terrinas de foie sobre pan de miel, bocaditos de calamares fritos y alioli (minibocata de calamares, para entendernos) y un largo etc. de pequeños bocados elegidos con un muy buen criterio. Se había empezado con jamón ibérico, como dios manda. Después, podías pasarte por los pequeños buffets, situados estratégicamente:  japonés, de ibéricos y quesos (Idiazabal, Roncal…), o de cazuelitas de arroz caldoso con marisco.
Para los postres, también en mini raciones  que pasaban los camareros, cocktail de tiramisú, minicañas de hojaldre y crema de limón, fresas con chocolate y otras delicadezas.
Todo estupendo, pero lo mejor los novios: Laura, guapísima, con su sonrisa inseparable que lo ilumina todo, y Jesús, el chico tranquilo, que terminó actuando con su banda para todos los invitados.

No sé si hace falta desearles que sean muy felices, porque tienen todas las papeletas para que así sea.
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5 de junio de 2013

Ensaladilla rusa

















Cocemos patatas a cuadraditos con toda la verdura que queramos (zanahorias, guisantes, judías, alcachofas…) Escurrimos y enfriamos. Mezclamos con atún y pepinillos en vinagre. Aliñamos y pasamos al plato o copa de presentación.
En un sifón, mezclamos un vaso de nata con otro de aceite de oliva, añadimos sal y un poco de colorante amarillo y agitamos de forma que se mezclen los ingredientes.
Ponemos las cargas al sifón y ya está listo para usar.
Ponemos esta espuma encima de nuestra ensaladilla como falsa mayonesa.
Si no tenemos sifón, podemos hacer una mayonesa muy espesa y aligerarla con claras a punto de nieve.
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Boquerones en vinagre

















Para ½ kg de boquerones, necesitaremos 1 vaso grande de vinagre (del barato) 1 cucharada sopera, rasa, de sal, ajo aceite y perejil para aliñar.
Limpiamos bien los boquerones, dejando los lomos en agua fría, que iremos cambiando hasta que quede totalmente limpia. El boquerón tiene que desangrarse en el agua y tiene que salir de ella prácticamente blanco.
En una fiambrera, disolvemos la sal en el vinagre y vamos poniendo los boquerones, de uno en uno (el boquerón va al vinagre y no el vinagre al boquerón). Llevamos a la nevera unas 2 o 3 horas. Escurrimos bien y congelamos. Al cabo de 3 días ya están listos para el consumo. Antes de tomar les añadimos ajo, perejil y aceite.
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Mejillones con pipas y orejones


















Abrimos los mejillones al vapor y los cubrimos con una vinagreta de pipas (peladas), orejones (picados) aceite, vinagre y sal.Imprimir

Sardinitas con tomate

















Limpiamos bien los lomos de las sardinitas parrochas (es más difícil que con los boquerones, pero es importante hacerlo bien).
Ponemos los lomos en un bol con zumo de limón y sal. Al cabo de media hora, añadimos zumo de maracuyá (de la marca Granini) y dejamos que marinen durante otra media hora.
Sacamos las sardinas de la marinada, las escurrimos y, en el plato, les ponemos aceite, tomate muy picado y albahaca.
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Pan y parmesano

















Mezclamos mayonesa con cebolleta y parmesano rallado. Sobre tostaditas de pan ponemos la mezcla y gratinamos.
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Philo con chorizo

















Untamos tres hojas de pasta Philo con aceite de girasol y las ponemos unas encima de otras. Cortamos rectángulos y rellenamos con picadillo de chorizo y mozzarella. Horneamos.Imprimir

Chipirón con aceite de espinacas

















Ponemos las espinacas crudas, aceite y un poco de sal en el vaso de una batidora y los trituramos. Hacemos el chipirón a la plancha y lo servimos sobre nuestro aceite de espinacas.Imprimir

Minibabybel

















Cortamos un minibabybel por la mitad y le untamos bien de sobrasada. Cerramos, empanamos y freímos.Imprimir

Pato con breva

















Marcamos el pato a la plancha y una rodaja de breva. Hacemos una vinagreta de piñones. Sobre la breva, ponemos la carne y, encima, la vinagreta.

Langostinos con fideos chinos

















Pelamos un langostino crudo, le quitamos el intestino y le insertamos a los largo con un palo de brocheta. Lo envolvemos en alga nori humedecida. Lo pasamos por clara de huevo batida y, a continuación, por fideos chinos. Freímos.Imprimir

4 de junio de 2013

Los nuevos mercados

 

El éxito del Mercado de San Miguel y, posteriormente, de el de San Antón, están haciendo que los imitadores aparezcan como los hongos en un otoño lluvioso. Hace unas semanas se abrió al público el Mercado de la Ribera. Con un nombre que hace un guiño a la calle (la Ribera de Curtidores) y al gran mercado de Lisboa (Mercado da Ribeira), es un local de buen tamaño, con techos altos que acogen a un buen número de pequeños puestos especializados –quesos, verduras, pescado, etc- que, en su mayoría, son también bares. Es decir, una copia del Mercado de San Miguel del que le distingue una estética buscada de penumbra y tonos grises, productos de menos nivel (y menor precio) y la ubicación: aquello no está junto a la Plaza Mayor, con su río de turistas e incluso madrileños.
 El Mercado de la Ribera está en el corazón del Rastro, una zona que, a diario, es demasiado tranquila para proporcionar negocio a un local como ese. De momento, sólo abren los fines de semana. Cuando yo estuve, el sábado por la mañana, no había mucha gente, aunque me imagino que un domingo, a la hora del Rastro, se pondrá a reventar.
No muy lejos, a menos de trescientos metros en línea recta, el viejo Mercado de San Fernando se está viendo poco a poco invadido por la iniciativa de jóvenes que han ido a vivir al barrio de Lavapiés y que, junto a la carnicería de toda la vida, abren una frutería “agroecológica” a la que llaman La Repera, o una panadería, La Pistola, que, armada con la típica barra madrileña, pretende “la conquista del Pan”. No falta la pastelería que ofrece desayunos con bollería artesanal recién salida del horno, ni la tienda de “Sabores de mi tierra”, en este caso extremeños, que, cuando pasé por allí, ofrecía una degustación de ricas migas de pastor.
Llevados por la imaginación, los nuevos “mercaderes” han abierto incluso una librería, “La casquería”, que asegura en un gran cartel que los libros deben construirse como los relojes y venderse como los salchichones. Y los venden al peso: "Dame cuarto y mitad de novela policiaca".
Los tenderos y clientes de toda la vida miran a los nuevos con el escepticismo del que ha visto la decadencia ese hermoso mercado que recuerda El Escorial y la esperanza de que los jóvenes logren revitalizarlo.
Tercer ejemplo de adaptación a los tiempos: el mercado de Antón Martín. El viejo y abigarrado caserón, con sus típicos puestos abiertos a la calle de Santa Isabel, está siendo colonizado poco a poco por jóvenes que parecen venidos de Huertas y Santa Ana. Y de Huertas y Santa Ana, se han traído, sobre todo, sus bares: El 81, donde Iker cocina ante el público las tapas que por 1€ acompañan a sus vinos, como sus vecinos los japoneses de YokaLoka, La Ostrería del Mercado, La Cocina Impostora, la charcutería La Fina o Cositon’s Meals, un colorista puesto de fast food y Coca-Cola. Había estado allí hace casi un año y, por lo que vi el otro día, parece que la tendencia va consolidándose.
No está mal tomar algo de paso que se hace la compra, o aprovechar la hora del aperitivo para comprar la lechuga en el puesto vecino. O sentarse a leer el periódico en el velador de la foto, situado a la entrada de un pequeño restaurante. Es casi como sentarse a ver pasar la gente en una terraza de los bulevares de París.
En la ruta entre los tres mercados, no dejé de visitar algunas direcciones clásicas de la zona. Empezando por Antón Martín, sería pecado no pasarse por La Caleta (Tres Peces 21) que pasa por dar el mejor pescaíto frito de Madrid. Cerca, en Torrecilla del Leal 20, estaba el antiguo Aloque, uno de los mejores bares de vinos de Madrid, que ha cambiado de nombre (ahora se llama De película, vinos del mundo) y supongo que de dueños. Como los nuevos siguen con la costumbre de abrir a media tarde, no pude comprobar si mantiene la calidad de siempre, con aquellas croquetas tan deliciosas como enormes. Allí cerca también, en Tres Peces, ( Tres Peces 20) un ventorrillo murciano sin pretensiones, pero que da la talla. No muy lejos, en la calle del Ave María, no está de más una parada en Bodegas Alfaro (Ave María 10), que parece que lleva allí desde los tiempos de Alatriste. Y, Ave María abajo, cruzada la plaza de Lavapiés, en el 14 de la calle de Valencia, está El Boquerón, marisco de calidad a buen precio que hace que siempre esté lleno. Eso, sin citar las terrazas de la calle Argumosa o los mil restaurantes étnicos del barrio. O la terraza de la UNED, donde dan una comida manifiestamente mejorable, pero tiene unas vistas maravillosas sobre los tejados y corralas del barrio.
La caña y la tapa pueden ser un final estupendo tras la salida de algunos de los centros culturales de la zona: la filmoteca del Cine Do-re, el Teatro Valle Inclán, el Circo Price, La Casa Encendida, las impactantes exposiciones de fotografía de La Tabacalera o, el domingo por la mañana, el extraordinario espectáculo del Rastro.
¿Se puede pedir más?
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