¿Qué idea tienes tú de un banquete de bodas? O, mejor dicho: ¿cuál es tu experiencia en este tipo de acontecimientos? Casi todos hemos “degustado”
una de esas cenas de boda, en las que una progresión interminable el platos termina
provocando el hartazgo. Del plato de fiambres (jamón de bodega) se pasa al cóctel
de marisco (congelado, por supuesto) al que suceden la merluza en salsa y la ternera asada en su jugo, culminando con helado,
tarta de boda, cortada a espada, y no sé cuántas exquisiteces más, regadas por
vinos cuyo nombre incluye siempre el “señorío”. Café, copa y puro completarán
un menú que a los novios les puede costar un riñón y las críticas maledicentes
de muchos de esos invitados que, no obstante, gritan con entusiasmo “vivan los
novios”.
Las parejas que se casan (una especie que puede estar pronto
en peligro de extinción) tratan cada vez más de alejarse de este tipo de ágapes
que podríamos llamar “estilo De Torres”. A nadie gustan y no cuestan menos que
otras formas más inteligentes de celebrar la boda. No tiene mucho sentido una
comida de cinco o seis platos y varios postres, cuando en los restaurantes
solemos pedir algo en el centro de la mesa para compartir, un segundo y, a veces,
nos saltamos el postre, pasando directamente al café. Además, no hay cocina
capaz de elaborar de forma satisfactoria
tantos platos para tanta gente y en tan poco tiempo. Desde luego, es mucho
mejor reducir las cantidades exageradas a cambio de que los invitados puedan disfrutar
de una comida más gratificante. O menos
extenuante.
Este viernes
pasado asistí a una boda muy agradable: la de nuestra compañera Laura. En el bonito jardín de un palacete de
principios del siglo pasado, los invitados disfrutamos de una sucesión de
pequeños bocados, bien elaborados, originales y muy ricos. De pie o sentados,
charlando con quien nos apetecía, no con la pesada que siempre te toca enfrente
en la mesa, los camareros nos fueron ofreciendo cosas tan estupendas como
blinis de roastbeef con verduras, “durum” de salmón ahumado y guacamole, yakitori
de pollo con salsa de soja, minibrochetas de verduras con salsa romesco,
terrinas de foie sobre pan de miel, bocaditos de calamares fritos y alioli
(minibocata de calamares, para entendernos) y un largo etc. de pequeños bocados
elegidos con un muy buen criterio. Se había empezado con jamón ibérico, como
dios manda. Después, podías pasarte por los pequeños buffets, situados
estratégicamente: japonés, de ibéricos y
quesos (Idiazabal, Roncal…), o de cazuelitas de arroz caldoso con marisco.
Para los
postres, también en mini raciones que
pasaban los camareros, cocktail de tiramisú, minicañas de hojaldre y crema de
limón, fresas con chocolate y otras delicadezas.
Todo estupendo,
pero lo mejor los novios: Laura, guapísima, con su sonrisa inseparable que lo
ilumina todo, y Jesús, el chico tranquilo, que terminó actuando con su banda
para todos los invitados.
No sé si
hace falta desearles que sean muy felices, porque tienen todas las papeletas
para que así sea.
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