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18 de diciembre de 2018

¿Sabías que en Breslavia se come muy bien?

Contra lo que se pueda creer, en los famosos mercadillos de Navidad de las viejas ciudades de Europa central no se venden figuritas del Belén. O, al menos, no es eso lo más importante, Es verdad que se adornan con ese atrezzo de bolas de Navidad, angelitos, luces, renos, Papá Noel, gorros de Papa Noel, abetos, nieve (muchas veces no es de atrezo) y toda esa parafernalia, ambientada con música de villancicos, pero allí, en realidad, a lo que se va es a comer, beber, comprar y pasárselo bien: como en una feria.
El de Breslavia (Wroclaw en polaco) es uno de los mejores, según las guías. El escenario es maravilloso: la enorme, y no por eso menos bella, Plaza del Mercado (Rinek), al pie de un ayuntamiento que parece encaje de bolillos en piedra. Los cientos de casetas, con ofertas de todo tipo, conviven con las atracciones de feria, las cervecerías y las enormes parrillas en las que se prepara una gran variedad de salchichas y embutidos, que consumían sin descanso los miles de personas que esa tarde de sábado se habían congregado allí. Lo típico es tomar una jarra de vino caliente y especiado, que ayuda a combatir el frío, pero que, fuera de lo exótico, resulta poco atractivo para quienes no estamos acostumbradas. Si era estupenda una salchicha enorme, cuyo nombre no recuerdo (la variedad de salchichas y embutidos es mareante) que tomamos, recién salida de la parrilla, con una gran rebanada de pan de centeno. La acompañamos con una de las cervezas locales, que son muy buenas.
Curioso, el queso con formas picudas, sin mucho sabor, pero que parecía muy apreciado por los polacos, porque se vendía en muchos puestos
Gastronomía en Breslavia
En realidad, no han sido los atractivos gastronómicos los que me han llevado a Breslavia. Pesaban más el precio del billete (25 euros ida y vuelta) y que me venía bien cambiar de aires por unos días. La ciudad merece el viaje, aun con billetes más caros. Pero esto no es una guía turística, así que vamos a hablar de comida.
Lo primero el mercado central, un sólido edificio brutalista en ladrillo y hormigón, construido en la etapa en que esta ciudad formaba parte del imperio prusiano. Para un español, llama la atención la ausencia de pescaderías. No había ni una sola.
En cambio, abundaban los puestos de frutas y verduras, en los que la reina es la manzana, de distintos tipos, pero, sobre todo, una de vivos colores rojos, jugosa y dulce, que allí se consume mucho. Manzanas aparte, de estos puestos me traería el gran surtido de frutas del bosque acabadas de recolectar, no como las de conserva o congeladas que nos vemos obligadas a consumir aquí. También abundan las setas, pero, como el frío adelante el fin de la temporada micológica, eran desecadas. En las carnicerías, bien surtidas, no falta nunca una muy amplia oferta de embutidos y salchichas.
La nota exótica la da “Pata negra”, el puesto (quizá habría que decir parada, porque el dueño es catalán) de jamón ibérico, aceite virgen de Cazorla y queso manchego, que, al parecer, surte de estas exquisiteces, que allí resultan caras, a los mejores restaurantes de Breslavia. Fue su dueño, que lleva 20 años en la ciudad vendiendo productos españoles, el que nos recomendó el restaurante Jadka: “un restaurante polaco y con sustancia”, vino a decir, previniéndonos de la moda de comida fusión y estrellas de Masterchef, que también ha llegado a Polonia y que, al parecer, no era mucho de su agrado.
La recomendación fue buena. En una sala con paredes de ladrillo visto, pero decoración elegante nos dimos una cena estupenda de la que me quedó en el recuerdo una excelente pechuga de ganso (una carne rara en España, pero habitual en Europa central) asada y con guarnición de lombarda, puré de patata y salsa de grosella.
Habíamos empezado con un aperitivo de carpa ahumada (apenas se consumen pescados que no sean de rio) con pepinillos, sorprendentemente delicada, y unas rilletes de oca en escabeche muy ricas.
Deliciosa también la lengua de vaca estofada, que pidió mi amigo Jorge, tierna y con un aroma de hibisco que la hacía muy interesante.
El único pescado de mar de la carta, un lenguado con una suave mantequilla de ajo y puré de azafrán, estuvo a la altura de lo precedente.
La cocina popular
El día anterior habíamos comido en un restaurante popular de la zona de la universidad, Kociolek, donde nos sirvieron un buen goulash y un sorprendente caldo, trasparente como agua de manantial, pero de un sabor delicadísimo.
Muy adecuado además para reponerse del frío que traíamos de la calle, en la que, desde las ventanas, veíamos caer una gélida aguanieve. Los populares pierogi, que también pedimos, pasaron sin pena ni gloria.
Pero, para mi, el momento gastronómico del viaje fue el desayuno en un agradable café de la isla de las catedrales, donde la repostería, de elaboración propia, alcanzaba un nivel muy alto. Lo mejor, un bizcocho de chocolate, con frutas del bosque, que estallaban en la boca, como esas esferificaciones que tanto brillaban, hasta hace poco, en los restaurantes españoles de postín.
En las vitrinas se veía una gran variedad de tartas igualmente atractivas, pero todo no se puede probar.

 
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18 de octubre de 2016

Esas irresistibles "feiras" portuguesas















Las ferias y mercados portugueses son una tradición muy arraigada en el país vecino. No son como los mercadillos españoles, donde se vende ropa barata, complementos a buen precio y productos alimenticios, sobre todo frutas y verduras. En Portugal, el mercadillo o la “feira”, como prefieren llamarlo, suele ser una ocasión para que los productores, agricultores o artesanos de la zona coincidan con la gente de los alrededores que demanda sus productos. Así, uno vende los quesos que elabora con la leche de sus ovejas, otros las berzas de su huerta y un tercero herramientas y aperos de labranza que construye con sus manos. Se venden incluso animales vivos (gallinas, pavos, conejos…) o las semillas y plantones que demandan los agricultores para su siembra. Es decir, una “feira” es lo que siempre han sido las ferias, una fecha y un lugar convenidos para que compradores y vendedores coincidan y comercien. Por eso, las ferias se hacen siempre en domingo o, actualmente, en fin de semana, cuando no se trabaja.
Más grandes o más pequeñas, así son las ferias rurales en Portugal. Sin embargo, las ferias fronterizas, las que se celebran en pueblos cercanos a España tienen sus peculiaridades.
Si hay algo que derriba fronteras es el comercio, y los portugueses, que en otro tiempo sembraron su frontera con España de fortalezas defensivas en vez de puentes, abren ahora sus puertas de par en par a los compulsivos compradores (casi siempre compradoras) españoles. En estas “feiras”, y hay muchas a lo largo de la línea que delimita los dos países, se sigue vendiendo lo de siempre, artesanía y productos de y para el campo, pero hay un producto estrella: la loza. El café, las toallas y sábanas, las mantelerías, que cargaban los coches españoles cuando volvían de Portugal, pertenecen al pasado, ahora regresan cargados de platos, fuentes, tazas, soperas y mil productos más de una loza de categoría mediana pero precios imbatibles. ¿Quién no se vuelve loca si puede comprar una fuente gigante por poco más de dos euros y media docena de platos a cinco?
Feira da Praia
Desde el domingo al jueves de la semana pasada se celebró la Feira da Praia en Vila Real de Santo Antonio, la “cidade do iluminismo” (ciudad de la ilustración) que ordenó construir el Marqués de Pombal, a mediados del siglo XVIII, para controlar el comercio y el contrabando entre las dos orillas del rio Guadiana. Visto con perspectiva, le salió el tiro por la culata, porque Vila Real se ha convertido en un imán comercial para los españoles que esta semana han invadido la bella ciudad para volver cargados de vajillas, cacharros, toallas y cuantas cosas han encontrada más baratas que aquí. Y no sólo cosas del hogar, también bacalao, quesos, turrones, frutos -secos y secados-, y toda clase de dulces en el mercado paralelo de la hermosa plaza de la República.

Durante el resto del año, los alrededores de esta plaza son un puro zoco al gusto del comprador español, pero estos días se llega al paroxismo hasta el punto de que yo, que me sumé con entusiasmo al evento, preferí apartarme en algún momento agobiada por la multitud.
Ningún problema, si se puede aprovechar para comer una excelente cataplana de pescado en O Infante, por ejemplo, y volver al día siguiente para sumarse a la vorágine tras desayunar una “torrada” de dos pisos, rezumante de mantequilla salada, en alguno de los bares de los alrededores. 

La Feira da Praia, se celebra todos los años en Vila Real entre el 9 y el 13 de octubre, pero hay muchas otras “al gusto español” cerca de la frontera con nuestro país. Las hay en Ëvora, por San Juan; en Elvas, a primeros de octubre o, cada sábado, en Vila Nova de Cerveira, a pocos minutos de Tuy. Ya no hablo de las de Vilar Formoso (frontera por Salamanca los primeros sábados de mes) o la Mítica de Barcelos, todos los jueves.

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21 de abril de 2015

Mercado de motores
















Casi por sorpresa, este fin de semana ha vuelto a abrir el Mercado de Motores. Lo cerró una incomprensible decisión administrativa a primeros de diciembre y ya lo dábamos por perdido, pero ahí está otra vez.
Dicen que es un “rastro hípster” o “pijo” y, aunque algo hay de verdad en el calificativo, el Mercado de Motores es eso y muchos más, razón por la que, quizás, se ha convertido en un gran polo de atracción para las mañanas de los domingos (no todos) en Madrid. Para muchos es como ir a misa de doce.
No vende motores. Su nombre le viene de su primera ubicación, en la histórica Nave de Motores que, desde en el barrio de Pacífico, surtía de electricidad al Metro de Madrid. Como el sitio se le quedó pequeño, se mudó a la vieja estación de Delicias donde comparte espacio con trenes y vías del Museo del Ferrocarril, otro de sus atractivos. Como digo, no vende motores, sino lo típico de estos mercadillos de domingo pero en moderno. La ropa usada y las antiguallas, aquí son “vintage” y los objetos nuevos -ropa, muebles, decoración-son siempre de diseño, un diseño desenfadado y joven.
Además, el Mercado de motores tiene una zona dedicada a la alimentación, poco habitual en otros “rastros” y muy distinta de la que ofrecen los mercadillos de barrio. Allí todo es “gourmet” o tiene un punto especial que lo distingue: artesanal, ecológico y, desde luego, original. Originales son, por ejemplo,  las mermeladas con licor de Cucumi: pera con Pedro Ximénez, limón y lima con mojito, calabaza y amareto… o cervezas: rubia, trigo o Imperial Porter. O los caracoles ecológicos que trae Jorge Moreno desde la Alcarria y la “Miel inmaculada” de Martín García. Tampoco está mal el ketchup artesanal de Barba Roja,  los embutidos del Rincóndel Pirineo, los lácteos, ya conocidos, de La Pastora del Guadarrama,  o los productos Cornicabra, que, este domingo, trajeron del campo toledano desde aceite hasta crema de queso o vermut. Todo del productor al consumidor. Lo vende quien lo elabora, lo que, ya lo he dicho otras veces, es para mí garantía de calidad. Nadie da la cara por un mal producto, a no ser que pueda decir que él solo se limita a vender.
Pero los verdaderos focos de atención para los muchos visitantes, aparte de locomotoras y vagones históricos, eran dos puestos muy originales. En el primero, Resetea, vendían un kit para cultivar setas en casa. Si es cumple lo que decía el vendedor, en menos de dos semanas puedes tener tu primera cosecha de hongos y lo más curioso es que el sustrato orgánico se hace a base de posos de café con lo que se ahorra un vertido y, si tienes capacidad de interpretación, sirve para adivinar el porvenir.
En el segundo, lo que se ponía a la venta eran “las escrituras de propiedad” de un huerto ecológico. El proceso es como sigue: contratas un huerto (los hay de distintos tamaños), eliges lo que quieres plantar y la empresa te lo cultiva con criterios ecológicos. De mayo a diciembre, cada quince días o semanalmente, vas recibiendo en casa una cesta con tu cosecha, recién cortada. Además puedes ver crecer tus pimientos y tomates en la web de Huertea. Es divertido, sabroso y no muy caro. O, al menos, no tanto como cultivar tomates en la terraza.

Y es que, los precios del Mercado de motores son bastante razonables. En la zona vintage, situada al aire libre, yo he comprado alguna cosa bien bonita que no habría estado a mi alcance con los precios, a veces disparatados, del Rastro. Si a esto unes una agradable terraza para tomar el aperitivo y la atracción que para los niños suponen los viejos trenes del museo (se pueden dar una vuelta montados en uno en miniatura), no deja de ser un estupendo plan para el sábado o el domingo. El único problema es que a las doce ya hay una larguísima cola para entrar. Veremos si este Mercado de Motores, no termina muriendo de éxito.
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7 de octubre de 2014

Del productor al consumidor



Siempre me han dado envidia los mercados callejeros franceses. No esos mercadillos a la española con puestos que venden frutas y verduras compradas a los almacenistas, sino lo que se conoce como “marché fermier”, mercado de agricultores, en los que los campesinos y granjeros venden sus productos. En los puestos no se ven esos tomates perfectamente alineados y de un tamaño exactamente igual, que parecen clónicos. Todo lo contrario: no hay dos del mismo tamaño y forma, pero todos cumplen el requisito de estar recién arrancados de la mata en su punto de madurez. Lo mismo ocurre con la fruta: nada de cámaras frigoríficas donde toma aspecto de madura la que se cogió verde del árbol. O esos quesos que los granjeros te dan a probar, orgullosos del producto que han conseguido y que creen que es el mejor del mundo. Y qué decir de los embutidos, con sus mil fórmulas que son otros tantos secretos guardados por los granjeros como si fuese la de la Coca Cola. Los “marché fermier” son habituales en toda Francia y en internet hay páginas especializadas que informan de las fechas y lugares de celebración.
Sin que yo sea una defensora a ultranza de los productos de pueblo (los hay buenos, regulares y malos, como en todo) siempre me ha parecido que estos mercados ofrecen una mejor calidad, aunque sólo sea porque es el  productor y no un intermediario el que da la cara por lo que vende, el que se la juega. Además, el agricultor o ganadero consigue mejores precios que si tiene que someterse a la tiranía de las grandes distribuidoras. Y no sólo eso: como todo se cultiva o se cría cerca, se evita la mayor la contaminación que provoca el transporte de los productos desde lugares lejanos.
Aquí en España, salvo en algunos puntos del Norte, no existen esos mercados. Los mercadillos callejeros suelen ser fruterías al aire libre, con precios más bajos, porque necesitan menos instalaciones, pero con productos muy parecidos, cultivados a gran escala. Sin embargo,  parece que algo se mueve en ese terreno. Al menos, en Madrid., donde se puede decir que cada fin de semana hay un lugar donde los productores pueden vender directamente al consumidor.

Mercados al aire libre en Madrid
El más veterano es el Día de Mercado, que todos los primeros sábados de mes organiza la Cámara Agraria en sus instalaciones de la Casa de Campo. Este fin de semana, más de sesenta productores de la Comunidad de Madrid han vendido allí sus excelentes y, a veces, poco conocidos, quesos, aceites, vinos, carnes, hortalizas, panes y hasta anchoas y vermut.
El segundo fin de semana de cada mes, la cita es en el Mercado de la Buena Vida, una gran nave industrial en pleno Barrio de las Letras. Allí se venden productos con cierto marchamo gourmet, pero también procedentes directamente de quienes los cultivan y elaboran, aunque en este caso llegan incluso desde fuera de la Comunidad.
mercado-productores-montaje
Y el último en llegar ha sido el Mercado de Productores, que se celebra durante el último fin de semana del mes en el Patio Central del Matadero. Debutaron el pasado día 27 y fue todo un éxito. Casi setenta puestos donde una multitud pudo conocer, probar y comprar productos de la Comunidad de Madrid. Además hay cocinas donde se pueden preparar algunos de los productos adquiridos, actuaciones musicales e incluso talleres para que los más pequeños puedan hacer pinitos como cocineros: era una delicia verles con sus gorros de chef, poniéndose pringados con los ingredientes que manejaban: parecía que se estaban preparando para uno de esos anuncios de detergente. En conjunto, el tipo de productos es muy parecido al del mercado de la Casa de Campo, pero repasando la lista de participantes sólo coinciden unos pocos nombres, con lo que, si se visitan los dos mercados, se puede llegar a conocer casi todos los buenos productos del campo de Madrid. Porque, aunque muchos ni lo imaginen, el asfalto de la gran ciudad tiene un límite en el que empieza el campo, lleno de plantas y animales que están para comérselos.
Y si no se quiere abandonar el asfalto, el tercer fin de semana de octubre, en la Ciudad Universitaria se va a celebrar un mercadillo de comida callejera: MadrEAT. Ya se sabe, hamburguesas, perritos calientes, bocatas de calamares, cerveza, vinos por copas… Según sus promotores, entre los que hay algunos importantes cocineros, se trata huir del concepto “comida basura” que parece asociado a estos puestos callejeros de comida, para ofrecer productos y elaboraciones de calidad. Puede ser una buena forma de pasar el fin de semana.

Día de Mercado
Pº de la Puerta del Ángel, 4
Recinto ferial Casa de Campo
Próximo: 4 de octubre

El Mercado de la Buena Vida
Gobernador 26
Madrid
Próximo: 11 y 12 de octubre

MadrEAT
Jardín Botánico de la Universidad Complutense.
Avda. Complutense, 12
Madrid
Próximo: 18 y 19 de octubre

Mercado de Productores
Matadero Madrid
Paseo de la Chopera 14
Próximo: 25 y 26 de octubre