21 de mayo de 2014

Gran Vía


Mi abuelo tuvo tienda en la Gran Vía. Estaba en la esquina de la calle Chinchilla, frente a lo que hoy es una de las boutiques oficiales del Real Madrid. Entonces estaba a sólo una manzana del solar donde después se construiría el Palacio de la Música, ese bello edificio que, si alguien no lo impide, terminará siendo una más de las franquicias que se están adueñando de la zona más noble de esa calle, que en un tiempo se consideraba el Broadway madrileño. Hace tiempo ya que la Gran Vía ha sido tomada por las grandes marcas de ropa que se disputan, a golpe de talonario, los espacios del tramo más noble de la calle para dejar clara su jerarquía. Uno a uno, los mejores edificios, que antes fueron teatros, cines o bancos,  están siendo transformados en tiendas enormes que acabarán por convertirla, si no lo han hecho ya, en un gigantesco centro comercial al aire libre. Parece el sino de las calles principales de las grandes ciudades: ser colonizadas por las marcas multinacionales hasta el punto de que pronto, viendo los negocios que se instalan, será difícil distinguir en qué ciudad estás. En todas serán los mismos.
Siempre que hablamos de la Gran Vía, hablamos de las tiendas de las grandes marcas y de los grandes cines, que se han reconvertido al musical. Pero, aunque nadie parece darse cuenta, ha ocurrido lo mismo con restaurantes y bares. Los más viejos recordarán aquellas grandes cafeterías que aparecieron en los años sesenta con nombres americanos: California, Nebraska, o Manila, con su extraordinario mirador en la planta noble del edificio Capitol. Como los grandes cines, también han desaparecido y hoy sólo sobrevive Nebraska con una decoración no muy diferente a la de sus mejores tiempos. Mientras tanto, casi no pasa un mes sin que aparezca un nuevo bar o restaurante, sobre todo en la parte más nueva de la calle, la que va desde Callao a la Plaza de España. Prácticamente todos pertenecen a franquicias que tratan de hacerse con un sitio en la bulliciosa calle donde el aluvión de turistas que la recorre cada día es una clientela segura. También en este caso son locales fácilmente reconocibles por las formas, colores y logos corporativos de las franquicias, grandes o pequeñas, aunque de vez en cuando se cuelen castizos como el Museo del Jamón.
Tienen en común precios razonables (con excepciones) y la comida rápida (algunos la llaman comida basura) que sirven. Su interés gastronómico en dudoso.
La orilla derecha
Empezando en la plaza del Callao, dirección Plaza de España, por la acera de la izquierda, podemos tomar comida rápida japonesa en el SubaruSuhi express, un pequeño local, todo diseño, en el que no hay ni que entrar: pides la comida desde la calle. Muy poco más abajo, Papizza: también tamaño mínimo y venta hacia la calle. El producto lo anuncia su nombre. En la esquina con la calle Tudescos, se ha instalado la gran franquicia del pan: Le pain quotidien. En la de la calle Silva, está el segundo McDonals de la calle (el primero está en la red de San Luis) y, en el mismo edificio, la franquicia de los pollos de Kentuky, con la imagen ufana y satisfecha de su fundador. Más abajo, Palazzo sirve helados italianos prefabricados y, pasada la calle de San Bernardo, Dunkin Donuts ha instalado un enorme café, paraíso del colesterol. Su vecino es el Starbucks, que no podía faltar en una calle tan frecuentada por los “guiris”.
Se inicia aquí un tramo que podríamos llamar castizo, de diseño cañí, con esas fotografías de paellas, platos de jamón o de mejillones por las que parece no pasar el tiempo. Aquí están, sucesivamente, el Mesón del Jamón, la marisquería Sirena Verde y el inefable Museo del Jamón. El casticismo deslumbra también en la farmacia del Licenciado Gutiérrez Hinojal, que conserva intacta su fachada desde los años cincuenta. Puede que sea el único local de toda la Gran Vía que no se ha reformado nunca. Superado el tramo nacional, aparece la parrilla argentina de Di Mario, un minúsculo local de zumos, que se llama Revive y se anuncia como “fast food saludable” y, finalmente, el National Geografic, una tienda temática “de aventura” que también explota un restaurante en el que imagino que darán filete de león.
La rive gauche
Sólo hemos hablado de la acera de la derecha. Volvemos por la de la izquierda, que, partiendo de la Plaza de España, se estrena con el Lupita Cuzco, un peruano que por el nombre debe tener algo de Méjico y que está pared con pared con el Tapas 44, la franquicia de la cervecera Estrella de Galicia. Como no podía faltar, más adelante está el Burger King y, poco más allá, el primer Vips de la calle, al que sigue un “100 montaditos”, un “Bar de Tapas”, que imita a los bares de tapas, y un Rodilla con su surtido inacabable de sanwichs: esta sería la “zona nacional” versión moderna, justo enfrente de la castiza, que recorríamos hace un momento. La cocina italiana está representada por un local de la cadena Di Bocca, y todavía nos queda la recreación de un bar americano de los 50, con sus neones y sus tonos pastel, que responde al nombre de Tony Mel’s.
A su lado un enclave indígena que no admite dudas: “Jamón 55, mesón bar de tapas” y, por último, el enorme local que ha montado Atresmedia, aprovechando el tirón de algunos de sus productos televisivos. En la puerta te reciben Trancas y Barrancas, las deslenguadas hormigas de Paco Motos.
Y al lado, todavía mostrando orgulloso su nombre con rótulo rotundo, el Nebraska, nostalgia en vena de los años sesenta: “Camarero, me pone unas tortitas con nata”.
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