24 de marzo de 2015

Nakeima














Miércoles, una y cuarto de la tarde. Refugiado de la fina lluvia bajo paraguas o cornisas, un pequeño grupo de personas guarda cola ante la fachada añosa de una cafetería estilo años setenta, que parece cerrada desde entonces. Alguno que va llegando, pide la vez: "¿quién es el último?".
A la una y media, se levanta el cierre, que parecía echado para siempre, y aparece una joven que va tomando nota del orden de llegada y cita a todos para las dos. La chica viste vaqueros y camiseta negros. En la camiseta se puede leer: Nakeima.
Esta informal (¿o quizá estudiada?) puesta en escena es la forma de acceso a Nakeima Dumpling Bar, uno de los restaurantes de los que más se habla en los últimos meses en Madrid. Otro más de esos estupendos restaurantes "low cost" (Triciclo, Candela Resto, Vinoteca Moratín) que estan renovando y abaratando el panorama gastronómico madrileño.
En una entrañable y vieja cafetería setentera, hábilmente renovada con unos pocos elementos de Ikea, un grupo de animosos jóvenes han montado un restaurante muy peculiar: se come en la barra; sólo se admite a veinte comensales por sesión a los que se esmeran en atender siete cocineros-camareros; no hacen reservas; no hay carta sino pizarra que se reescribe cada día según mercado o inspiración. Pero tampoco es tan necesaria la carta.
Lo mejor es dejarse guiar por la sugerencia de uno de los dos chefs, Gonzalo García o Roberto Martínez, que, luego, al otro lado de la barra ultimarán algunos de los platos ante el comensal. Platos de fusión asiática, peruana, española, que los jóvenes cocineros (allí nadie parece superar la treintena) interpretan libremente. 
El menú que compusieron por nosotros se inició con unas deliciosas ostras, a las que siguió un surtido de nigiris de “fusión cañí”: de ibéricos, de gambas al ajillo y de sepia al ali oli, sencillamente extraordinarios, sobre todo el primero, de panceta de ibérico cortada muy fina y calentada con soplete, con una picada de tomate y cebolla encima y un toque de cilantro. El siu mai de papada que siguió, muy delicado, no bajaba el nivel, que se mantuvo con el Dumpling da ria, el bao de setas, el chirasi de tendones y los callos thay deliciosamente picantes que precedieron al Ramen da terra, la delicada sopa japonesa que culminó la comida.

Los postres son habas contadas, apenas tres especialidades entre las que elegí unas natillas cítricas de yuzu, con un toque justo de acidez.
No tienen cafetera, así que la cuenta para tres personas, con cerveza, varias copas de vino, agua mineral y "sin cafés", salió por 106 euros, que no parece mucho si eres uno de los veinte privilegiados que consigue sentarse en cada sesión de esta informal y maravillosa barra de la que una se levanta con ganas de volver.

Nakeima
Meléndez Valdés 54
Madrid
Cierra domingos y lunes
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