4 de marzo de 2014

Comer religiosamente

















Estábamos visitando  la planta de embotellado de una moderna bodega en el sur de La Mancha, casi en Despeñaperros, y entre los operarios que se movían por allí vi a uno con  la kiphá, ese pequeño casquete con que muchos judíos se cubren la coronilla y que es obligatorio para los varones en las sinagogas. Luego me fijé que había dos o tres más con el mismo gorrito y pregunté a la persona que nos acompañaba. Me explicó que exportaban vino a Israel y que los judíos ortodoxos exigen que se elabore según sus preceptos religiosos. Es el vino kósher o casher, el único que pueden consumir los judíos si quieren cumplir con las normas de su religión. Su elaboración debe ser controlada por un rabino y nadie que no sea de esa religión puede tener contacto con el vino. Era curioso ver como los operarios de la bodega se limitaban a indicar a los judíos cómo funcionaba la embotelladora, pero ellos no podían tocar nada: ni las botellas, ni los tapones ni las cajas. Ni siquiera el interruptor de arranque y parada del tren de embotellado. “Ahora toca el verde” le decían al rabino, que pulsaba el botón con luz verde y ponía en marcha ese curioso artefacto que son siempre las máquinas embotelladoras.  “Ahora el rojo”, y el israelí paraba el artilugio. No sé si la máquina se cubría con la kiphá, pero era la que en realidad hacía todo y la única que tenía contacto real con el vino.
Es curioso cómo las religiones dictan normas sobre la alimentación. Lo hacen todas: desde el hinduismo que prohíbe comer carne de vaca, hasta el judaísmo o el islam que prohíben la de cerdo. Hace tiempo leí un interesante libro, “Vacas, cerdos, guerras y brujas”, que estudia las razones de esas normas alimentarias. Su autor, el antropólogo norteamericano, Marvin Harris, es toda una autoridad en la materia, y defiende que estas prohibiciones no son sino una “estrategia ecológica acertada”. Es decir, una adaptación al medio. Judíos y musulmanes habitan zonas áridas, más propias para la supervivencia de animales como cabras y corderos que de los cerdos, que se adaptan mejor a zonas húmedas. Era además gente en gran parte nómada que iba de un sitio a otro con sus ganados y no hay ningún ejemplo de tribus nómadas que desplacen con ellas piaras de cerdos.
En el cristianismo no existen alimentos impuros, aunque la gula sea uno de los pecados capitales, pero el ayuno y la abstinencia (de comer carne) son conductas virtuosas, sobre todo en tiempo como el de la Cuaresma, en el que acabamos de entrar. En tiempos, la venta de las bulas que eximían de la prohibición de comer carne fue una importante fuente de ingresos, pero esos usos parecen abandonados.
De cualquier forma, no todo es un camino de espinas. Si la prohibición de comer carne, alimento que no estaba al alcance de casi nadie, dio lugar al delicioso potaje de Cuaresma, cada día en los países islámicos, durante el Ramadán, la llegada de la noche da paso a verdaderos banquetes, con manjares que no se consumen en los días normales. Este verano, estuve en Marruecos en pleno Ramadán y era una delicia ver las montañas de pastelitos de todo tipo listas para ponerse a la venta en cuanto que se pusiera el sol. En pocos minutos se vendía todo y los estantes de las pastelerías empezaban a parecerse a las de esas tiendas de países con racionamiento.

Aquí, los rigores cuaresmales, además del potaje han creado delicias como las torrijas o, ya en la pascua, los hornazos o las Monas de Pascua. No hay mal que por bien no venga.
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