Cada vez es más difícil dar con una definición de tapa que
sirva para nombrar el amplio abanico de menudencias, culinarias o no, que te
ponen en cualquier barra con una caña o una copa de vino. Todo el mundo está de
acuerdo en que unas aceitunas o unas patatas fritas pueden considerarse tapas:
de las más humildes y baratas, pero tapas al fin y al cabo. Un poco de
ensaladilla rusa o una cazuelita de paella también lo son. Y aquí hemos hablado
hace poco de esa cadena de bares, Indalo, que junto a la cerveza te pone un
bocadillo de tortilla y jamón o unos huevos fritos con patatas y también lo
llama tapa.
En paralelo, en muchos restaurantes con aspiraciones
culinarias, se sirven “menús degustación”, que no son otra cosa que una sucesión
de tapas más o menos exquisitas en la que el cocinero trata de mostrar todo el
abanico de sus artes culinarias sin necesidad de que el cliente tenga que
volver varias veces.
Al final, las dos tendencias han confluido y nos encontramos
con bares que sirven pequeñas obras de arte culinarias para acompañar a cañas y
vinos. En esta tendencia han influido
mucho esos concursos de tapas que se organizan por todas partes, o las semanas
de la tapa, diseñadas por asociaciones de hosteleros para atraer clientes a sus bares,
pero que suelen terminar en interesantes competiciones para ver quien hace la mejor. En
estos tiempos en que están pasando a la historia esas comidas copiosas de dos copiosos platos y
postre, en estos sitios es fácil confeccionar un almuerzo o una cena ligeros,
eligiendo dos o tres tapas del repertorio, que incluso te presentan en carta,
como en cualquier restaurante.
Ebvoca
Este fin de semana he estado en uno que os recomiendo. Se llama
Ebvoca y es un pequeño local de dos alturas, situado cerca del Auditorio Nacional
(salía de un concierto), en el que sirven tapas con ambiciones. La carta se
estructura en varios apartados que reúnen las tapas más clásicas de la casa (Veteranos),
las más recientes (Novatos), Ensaladas y Pinchos XL.
Empezamos con un pincho entre aristocrático y juguetón: el
tigretostón, un rulo de pan negro relleno de crema de morcilla, cebolla
confitada y mousse de queso. Digo lo de aristocrático porque fue el pincho que conquistó
el Concurso Nacional de Tapas 2010 para el
restaurante El zaguán de Valladolid. Y lo de juguetón porque en el nombre y en
la presentación, hace un guiño a aquellos trigretones que tanto nos gustaban de
pequeños. Realmente estaba muy bueno, con un equilibrio de sabores muy
conseguido.
El siguiente pincho era un bocadillito de calamares que
parece una concesión al casticismo madrileño, pero que tiene poco que ver con
él. El calamar, ligeramente frito y espolvoreado de cebollino (nada de esos
rebozados de la Plaza Mayor) se presenta en un panecillo que parece quemado,
aunque realmente se ha ennegrecido con tinta de calamar: estupendo.
La cazuelita de garbanzos con sepia, no estaba mal de sabor,
pero los garbanzos les habían quedado un
poco duros.
Y resultó espectacular de presentación de La lámpara de Aladino, un
cous cous de pato con aroma de té moruno. El aroma del té no se percibe, pero el
líquido sirve para desatar los vapores que salen al levantar la tapa del tajine
en el que lo sirven: casi te decepciona que, entre el humo, no aparezca un genio que conceda tus
deseos. Casi tan llamativo como la tapa Hannibal Lecter: un steak tartar que
sirven sobre un serrucho.Como digo, con estos pinchos se puede una confeccionar el menú de una cena y, previsora, la carta ofrece también la posibilidad de pinchos de dulce a modo de postre. La piña colada y la tarta de manzana frita que tomamos no estaban mal. Cervezas Mahou y una carta de vinos breve y razonable, aunque sin muchas ambiciones, redondearon la cenilla, un término medio entre una cena formal, con mesa y mantel y salir de cañas, que, a cierta hora de la noche ya no apetece tanto.
Ebvoca
Pradillo 4
Metro Cruz del Rayo y Prosperidad
Madrid
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