23 de noviembre de 2015

El detective gastrónomo

















Ya hemos hablado aquí de la curiosa relación entre novela negra y gastronomía. Los protagonistas de este tipo de novelas, el Carvalho de Vázquez Montalbán, el Brunetti de Donna León, el Montalbano de Camilleri, el Jaritos de Markaris, y, remontándonos más lejos, el Maigret de Simenon, tienen en común, aparte de un olfato especial para dar con el asesino, una gran afición a la cocina, que es un ingrediente fundamental en sus vidas. Se ha dicho más de una vez,que la mejor y más dura crítica social se refugia en la novela negra. Parece que también la crítica gastronómica.
Curiosamente, todos coinciden en su condición de mediterráneos. Carvalho es gallego instalado en Barcelona; Brunetti busca al asesino en Venecia; el Sur de Sicilia es el territorio de Montalbano y Atenas el de Markaris. Son, pues, mediterráneos y gourmets. Sin embargo, no es fácil imaginar a Sam Spade, ese tipo duro salido de la pluma de Dashiell Hammet, al que Bogart daba vida en el cine, regodeándose de placer ante un plato sublime. Lo suyo es un sándwich comido deprisa en la barra de un bar. Y, si va a un restaurante, como mucho pedirá un bistec de media libra. Eso sí, tomará cantidades ingentes de ese aguachirle que los americanos llaman café.
Hammett, coincidía con casi todos los autores citados en que también era comunista, como teóricamente lo podría ser Leonardo Padura, el excelente escritor cubano premio Princesa de Asturias de las Letras de este año.
Padura se ha hecho un nombre en la extraordinaria literatura latinoamericana a base de novelas policiacas y, por supuesto, su personaje, el teniente Mario Conde, se derrite ante los platos de cocina cubana que prepara Josefina, la madre del Flaco Carlos, su amigo del alma: “ajiaco a la marinera, anunció entonces, y colocó sobre el fogón su olla de banquetes casi mediada de agua y agregó la cabeza de una cherna de ojos vidriosos, dos mazorcas de maíz tierno, casi blanco, media libra de malanga amarilla, otra media de malanga blanca y la misma cantidad de ñame y calabaza…”. Así va desgranando Josefina la receta de esta especie de olla podrida a la cubana de la que Conde y el Flaco repetirán y repetirán hasta que sólo les quede hueco para apurar dos botellas de ron y confidencias. Estos días estoy leyendo una obra de Henning Mankell, uno de esos autores suecos de novela negra que están tan de moda. Su policía, Stefan “llegó a Orsa a la caída de la noche. Se detuvo a cenar en un restaurante de camioneros, donde tomó un magnífico bistec, tras de lo cual se enroscó a descansar en el asiento trasero”. Qué estoicismo. Lo expresaba con mucha gracia Petros Markaris: "Cada vez que leo una novela nórdica o algo de Ian Rankin, que me gusta mucho, pienso ¿es que esta gente no puede comer otra cosa que pizzas y cerveza?"
Y añado yo: con este espartanismo gastronómico ¿quedan fuerzas para dar con el asesino? .

Como es tiempo de preparar regalos, creo que un buen libro puede ser uno de los mejores.
Si os gusta la novela negra y la cocina, cualquiera de los autores mencionados os puede ofrecer relatos suculentamente cocinados. Si no queréis mezclar, en novela negra, yo me quedaría con Hammet, que para eso es uno de los patriarcas del género. Si sólo queréis cocina, ahí va una recomendación: “Comer sin miedo” de J. M. Mulet. No es un libro de recetas, sino una receta para desmontar, con sentido común y datos científicos, toda esa serie de tópicos estúpidos sobre los alimentos que tendemos a creernos a pie juntillas.
Yo he disfrutado mucho leyéndolo.


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