Otra vez me he ido a Lisboa. Ya sabéis mi querencia: todos los años hago una visita a nuestros vecinos lusos. La ciudad sigue maravillosa. Ni la burbuja, ni la crisis pueden con ella. Eso sí, como se descuiden se va a quedar vacía: cada vez son más las casas desocupadas, que delatan ventanas y balcones tapiados. Las que se ven en la foto están en una zona que casi podríamos llamar la milla de oro.De todas maneras, siguen abriendo nuevos locales. Uno de los que me ha llamado la atención es el Starbucks que han instalado en los bajos de estación de Rossio, ese curioso edificio neomanuelino que está al comienzo de la Avenida da Liberdade. No termino de entender como se puede poner un sitio de café caro y no muy bueno en una ciudad donde, por cincuenta céntimos, se puede tomar uno de los mejores cafés del mundo. O están locos los de Starbucks o los lisboetas que entren allí a tomar su bica. Francisco Miranda, en su utilísimo blog donde cuenta “todo sobre viajes a Portugal”, decía que, en Lisboa, quien ponga un “Starbucks lo lleva claro, sería como poner un McDonalds en Guijuelo”. Si tiene razón, que se vayan preparando en Guijuelo.
Yo, estos días, he tomado café en no se cuantos sitios. Ese café que en Lisboa (Ojo, sólo en Lisboa) piden como “bica”: corto, amargo, fuerte… muy intenso de sabor. O el llamado “galao”, café con leche que he acompañado de tostadas con matequilla salada, en el desayuno, o con pasteis de nata (los pasteles de Belem son los mejores) a media tarde.También he comido muy bien en sitios humildes, donde siempre es una garantía pedir platos de pescado o bacalao, y en sitios de más enjundia.
Vistas desde el comedor de Tagide |
Como siempre he ido a la “Feria da Ladra”, el rastro que los martes y sábados se monta en las placitas que bajan escalonadas hacia el Tajo desde el monasterio de S. Vicente da Fora. Sigue siendo encantador y los precios, aunque suben cuando oyen hablar español, son mucho más asequibles que los que se gastan en el Rastro de Madrid.
Y también, como ya os he contado otras veces, hice la visita inexcusable a la tienda de Braz&Braz. Hace año y medio dejaron el local original, a la espalda de la Praça de Figueira, y se mudaron a uno nuevo, muy cercano. Y ya no es lo mismo. Parece como si en el camino se hubieran dejado todo el encanto de aquella tienda tradicional donde podías encontrar todos esos chismes de cocina clásicos que ya no se ven en ningún otro sitio. Ahora todo es previsible y lo que allí encuentras lo puedes ver en muchos otros sitios.
Para compensar, cuando volvía para España, encontré, en Vilafranca de Xira, a media hora de Lisboa, un enorme almacén de la casa Pollux, donde venden todo lo que se pueda imaginar para la mesa y la cocina. Incluso tienen un out let. Afortunadamente para mi bolsillo, cuando llegué quedaba un cuarto de hora para cerrar y no tuve tiempo para casi nada.
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