5 de noviembre de 2013

Figuras literarias

Cuando en el Bachillerato estudiábamos las figuras retóricas, una de las que más me llamaba la atención era la “metonimia”. Recuerdo que tenía varias posibilidades y la que más me gustaba era la que suponía llamar a una cosa por el nombre de un lugar en el que tuviera su origen o con el que estuviera relacionada. En alimentación y, sobre todo, en gastronomía, las metonimias son constantes y además suelen añadir un marchamo de calidad al alimento o bebida al que se refieren. Cuando en vez de pedir un queso, pedimos un Cabrales o decimos que hemos tomado un Rioja en vez de un vino de esa región, estamos usando metonimias, como aquel personaje de Molière que, de repente, descubría que estaba hablando en prosa sin saberlo.Como digo, las “metonimias” gastronómicas tienen el valor añadido de proclamar la excelencia de un producto por encima de los de su especie: es el que se ha impuesto a los demás, el indiscutido número uno. Diciendo Jabugo está claro que me refiero al mejor jamón posible y me ahorro tener que precisar que hablo de un jamón excelente de cerdo ibérico criado con bellota en esa localidad de la sierra de Aracena. Y si digo Idiazabal casi nadie piensa en esa pequeña población de Guipúzcoa, sino en el extraordinario queso curado de oveja que se produce allí. Lo mismo que si pido un Chinchón, con el “un” delante, me estoy refiriendo al anís, dulce o seco, con el que en tiempos se desayunaban muchos obreros.
Pero, aparte de las metonimias, me interesan esos productos que llevan adosado el nombre de la localidad en que se producen como si citarla sirviera para reconocer su excelencia entre los de su clase. Y no sólo eso, se han unido indisolublemente al nombre del pueblo como un reconocimiento a su gente, que nos ofrece cosas tan exquisitas. Me explico: cuando hablamos de morcilla, lo primero que se nos viene a la cabeza es la “morcilla de Burgos” y si nos referimos a los melones, pensamos en Villaconejos. Hay mil ejemplos: pimientos de Padrón, arroz de Calasparra, garbanzos de Fuentesauco, chorizo de Cantimpalos, salchichón de Vic, alubias de Tolosa, berenjenas de Almagro, espárragos de Aranjuez, langostinos de Vinaroz, almejas de Carril, ensaimada de Mallorca, judías de El Barco, pimentón de la Vera, lentejas de la Armuña, melocotones de Calanda, anchoas de Santoña, ajos de Las Pedroñeras o de Chinchón, capón de Villalba, cochinillo de Arévalo o cordero de Aranda o de Sepúlveda, turrón de Alicante o Xixona, mazapán de Toledo o de Soto, pasas de Málaga… Son las “antonomasias”, otra figura literaria muy extendida en gastronomía.
La lista puede hacerse interminable y seguro que me dejo muchos fuera con lo que se excitarán los instintos tribales de más de uno: ¿por qué no cita tal cosa de mi pueblo, que es la mejor de España?. No me lo toméis a mal, no trato de ser exhaustiva y en algún punto tengo que cortar. Además, para eso están los comentarios.
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