11 de abril de 2011

La manduca de Azagra

He estado cenando en La manduca de Azagra y he salido realmente satisfecha. Fui con alguna prevención porque se trata de un restaurante que está de moda entre un cierto tipo de famoseo (artistas, periodistas, políticos, gente de la cultura…) y eso suele traducirse en precios altos para una comida con más apariencias que fundamento, que diría Arguiñano.
De entrada, las suspicacias parecen tener base, porque se llega a un local grande, de diseño minimalista, que en principio parece frío. Enseguida se ve que no. La generosa superficie del restaurante  permite una separación adecuada de las mesas que facilita la privacidad de la conversación. La decoración, que lleva la firma del arquitecto Patxi Mangado, es austera, pero a la postre resulta elegantemente relajante. Allí no hay prisas y todo parece sumido en un ambiente zen del que sólo te saca la cálida acogida de Anabel y Juan Miguel, los propietarios, pendientes de todos los detalles desde que entras hasta que te despiden personalmente en la puerta
La carta tiene su fuerte en las verduras que cada día llegan de la huerta de Azagra, un pueblo de la ribera navarra. Son verduras exquisitas, cultivadas con mimo, recolectadas en su momento óptimo y cocinadas con exquisitez.
De entrada probamos unas alcachofitas tiernas, apenas rehogadas, que resultaron extraordinarias. El nivel subió con unos pimientos de cristal asados en parrilla y pelados a mano.  Sólo eso, pero, con tan poco, casi se consigue lo sublime.
La combinación de lascas de patata con foie, que llegó después, fue sorprendente y no desmereció de lo anterior.
De segundo, tomé una merluza en su punto de frescor y cocción, sobre un delicado lecho de verduras. No la recuerdo tan exquisita en Madrid.
Mi marido tomo un pastel de rabo de buey con boletus del que acabó relamiéndose.
De postre una torrija de la casa, caramelizada todavía caliente, en contraste con un delicado helado de turrón que la acompañaba. La camarera tuvo la amabilidad de avisarnos de que con media ración era suficiente.
Si se quiere, sirven vino por copas de las tres o cuatro marcas que tienen abiertas en el momento. No obstante, tienen una amplia bodega en la que hacen patria, con un buen apartado para los vinos navarros.
El servicio, sólo chicas, es eficiente, profesional y amable, a pesar de ir uniformado en negro con unos diseños lamentables. Es la única pega a un restaurante en el que los 60 euros por comensal duelen menos que las cuentas de otros más baratos.
Me apunté la dirección para volver.

La Manduca de Azagra
Sagasta 14
Madrid
Tfno 915 91 01 12
(Conviene reservar)
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