5 de marzo de 2012

Torrijas

“Tan jugosa como un budín de buen pan, casi tan rica como un flan, tan crujiente como un churro”. Lo leí en The New York Times. Habla de la torrija y no es una mala definición. Eso sí, el articulista no parece saber que se trata de un dulce ligado a la Semana Santa. Insisto en eso de Semana Santa, porque, al menos cuando yo era pequeña, la torrija sólo se tomaba en esos días, que entonces eran de oración, recogimiento y ayuno. Más concretamente en los más señalados de la semana: jueves, viernes y sábado santos. Incluso hay quien dice que eran exclusivas del Jueves Santo, ya que el viernes era día de ayuno. Ahora se toma durante toda la Cuaresma o incluso todo el año, quizá porque tenemos una concepción distinta del calendario, esa concepción que enciende las luces de Navidad a mediados de noviembre o que da por iniciada la primavera cuando lo dicen en la tele los anuncios de El Corte Inglés.
Por qué se tomaban sólo en estas fechas y no durante todo el año no deja de ser un misterio. Al fin y al cabo, las torrijas son un aprovechamiento genial del pan que se empieza a poner duro y eso puede ocurrir cualquier día. En tiempos de menos abundancia o, para decirlo claro, de hambrunas, a nadie se le pasaba por la cabeza que el pan sobrante se pudiera tirar. Había mucha necesidad y de la necesidad se hizo virtud. No sólo en España. La torrija, el pan empapado en leche. endulzada y aromatizada y después frito, existe en casi todas las cocinas occidentales. En Francia, es muy popular el "pain perdu", que los ingleses llaman “french toast” o, en Centroamérica, “tostadas francesas”. En otros países como Cuba y Argentina, se les llama torrejas, una palabra que seguramente llegó de España ya que en Galicia y la Rioja también las denominan así. En Portugal y Brasil se les llama "rabanadas” y son un dulce típico de la Nochebuena. En Alemania reciben el nombre de “arme ritter” (caballeros pobres) y en Inglaterra “poor knights of Windsor” (pobres caballeros de Windsor). Al parecer, en el siglo XIV, tanto en Alemania como en Inglaterra, muchos caballeros estaban tan arruinados que lo único que podían llevar a sus mesas era pan.
Casi de esa época, segunda mitad del siglo XV, es la primera mención escrita de la torrija en español. La hizo Juan de la Encina, un músico y autor teatral que se movía por la corte de los Reyes Católicos. “Miel y muchos huevos para hazer torrejas”, dice en una de sus obras.
Al parecer, la torrija tuvo su mayor esplendor en el siglo XIX. Según Antonio Díaz Cañabate, las mejores eran las de la Taberna de Antonio Sánchez, la más antigua de las que siguen funcionando en Madrid. Tenían tal fama que llegaron a venderse más de dos mil diarias. Dos mujeres se dedicaban exclusivamente a cortar las rebanadas para hacerlas.
Y la afición parece que no ha decaído. El gremio de pasteleros de Madrid dice que, esta Semana Santa, elaborarán entre cuatro y cinco millones de torrijas. Muchas me parecen. Sobre todo, porque la mitad de los madrileños se habrán ido a la playa esos días.
Yo soy partidaria de hacer las torrijas en casa, Cada una a su manera. Con pan del día o de la víspera; quizás con canela; emborrachadas de leche o de vino, espolvoreadas con azúcar, o miel, o nada…
No me terminan de convencer las que venden. Pero si no os animáis a montar un zafarrancho en la cocina, podéis comprarlas en un sitio tan castizo como La casa de las Torrijas a un paso de la Puerta del Sol. O en Sylkar, donde dicen que hacen las mejores torrijas de Madrid. Dicen que también las mejores tortillas.
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2 comentarios:

María dijo...

NO, por favor, que quería ir a la playa

angel dijo...

Me encantan las torrijas, y creo conocerlas bien, he probado las suyas y puedo afirmar que son exquisitas.

Un saludo.

ACS