Así que hemos disfrutado de las tapas, como nos hemos adormilado al sol, nos hemos reído con Jorge y Pilar (treinta años de viajes navideños con ellos) y, por supuesto, hemos comido muy bien. Os cuento lo que más me ha llamado la atención.
En el viaje de ida, parada en Córdoba para confirma que Bodegas Campos sigue estando en forma. Bodegas Campos en un clásico de la ciudad: casi como la Mezquita.
Se trata de uno de esos restaurantes con muchas salas, decorado con temas de ambiente andaluz y muchas fotos con los famosos que han ido pasando por su barra o sus mesas. En la barra, que es donde comimos, sirven las tapas de siempre: ensaladilla, croquetas, berenjenas rebozadas… pero elaboradas en un punto que las aligera de esa pesadez que pueden tener los fritos y ciertos toques de modernidad. Una delicia, que además siempre llega a la mesa recién hecha, gracias a un servicio muy eficiente, capaz de atender sin esperas a una sala a rebosar. De pie, tomamos hasta postre: un riquísimo helado de naranja con aceite de arbequina y un finísimo bisquit de higos.
La Moraga
Algo parecido, en moderno, es La Moraga, una cadena de gastro-bares que ha montado Dani García, el chef del Calima de Marbella (dos estrellas Michelin). Estuvimos en el de La Malagueta, que es una especie de chiringuito de diseño. Entras en un local diáfano, amplio, con espacio entre las mesas, decorado en tonos claros y con hermosas vistas de la playa. Para compartir tomamos una Big Box, que viene a ser una degustación de fritos: croqueta de pringá, flamenquín, albondiga de choco en su tinta… Después, unos buenos huevos con foie, unas puntillitas, un pulpo a la brasa y unos boquerones al limón que daban la talla. Muy bueno el pan, que hacen ellos mismos. A los postres, falla el arroz con leche, un poco duro y frío, y aciertan con la torrija, que empapan en leche de coco y sirven caramelizada. Los precios, contenidos.
El Adarve, en Frigiliana
En Frigiliana, ese bello pueblo blanco y morisco de la Axarquía, comimos en El Adarve, un restaurante sencillo, situado en lo alto del caserío y que tiene una estupenda y soleada terraza, desde la que se ve el mar.
Antonio Castillo y su cocinero, Juan Carlos Cerezo |
La gracia de Antonio atendiendo las mesas y guiándote por los platos de la carta redondeo una comida muy agradable.
Casa Aranda (Chocolatería)
Aparte de almuerzos más o menos formales, en Málaga nos desayunamos todos los días en Casa Aranda, una chocolatería de toda la vida que sirve los “calentitos” mejores que he tomado nunca y un chocolate perfecto que unos camareros de toda la vida sirven con unas teteras metálicas como las que debieron usar cuando se inauguró el establecimiento hace más de 75 años. Casa Aranda ocupa casi por completo un callejón cercano a la calle de Larios, cuyos bajos ha ido colonizando poco a poco, como si fuera El Corte Inglés.
Casa de Guardia
Más antigua, se fundo en 1840, es Casa de Guardia, una inclasificable taberna que sólo vende vinos de la tierra. Los sirven unos camareros veteranos, que llenan los catavinos directamente de la espita de las decenas de barriles que, con una larga y gastada barra de madera y un suelo de tierra apisonada, componen toda la decoración del local. El camarero apunta con una tiza en el mostrador lo que se debe y lo borra con la manga de la chaquetilla cuando la deuda se salda. Los vinos son Moscateles, Málagas o Pedro Ximen (no confundir con Pedro Ximenez, aunque se le parece) que elaboran en sus bodegas de la Axarquía, y que tienen nombres como Pajarete, Guinda, Isabel II… Son aceptables- En las horas punta, el metro es un sitio desértico, comparado con la increíble casa Guardia.
El Pimpi
El Pimpi es el local “típico” por antonomasia de Málaga. Como Bodegas Campos en Córdoba. Sus laberínticas salas, decoradas con las fotos de todos los famosos que por allí han pasado y con barricas firmadas por los famosos VIP, están siempre muy animadas, aunque lo que ofrecen no se va a recordar toda la vida. Tiene salida a dos calles y te puede ahorrar muchos rodeos. Quizá sea esto lo más interesante del sitio, al que debió tocar la lotería cuando instalaron el Museo Picasso a cuatro pasos.
Como de costumbre, no dejé de visitar el Mercado de las Atarazanas, con su puerta neomudéjar restaurada hace poco: es estupendo, con sus surtidos puestos, llenos de color y animación. Me llamó la atención como el marisco de concha (chirlas, almejas, mejillones, etc.) se vende en puestos “ad hoc”, separados de las pescaderías.
Estos grandes y viejos mercados, nunca defraudan.
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