5 de febrero de 2013

¿De dónde viene lo que comemos?

















 La fabes de tu fabada son importadas de Bolivia. Hace años nadie habría dado crédito a esa afirmación, pero hoy sería mejor no poner la mano en el fuego por la españolidad de esas fantásticas legumbres: si nos las has pagado a precios de oro, casi seguro que fueron cultivadas al otro lado del Atlántico. Esto no curre sólo con las fabes, un tipo de legumbres caras, cuyos precios justificarían cruzar el charco para buscar algo más barato. Otras legumbres de precios más bajos, también son transatlánticas. En cualquier hipermercado, se pueden encontrar garbanzos de México, lentejas de Canadá o judías de Argentina. El arroz de la paella es menos probable que venga de Valencia o Sevilla, como mucha gente cree, que de Tailandia, que cada año nos vende más de 35.000 toneladas de este cereal.
Estos productos importados se distribuyen por las marcas españolas de toda la vida, que, conscientes de su menor calidad, no suelen especificar el origen en los envases. O, al contrario, procuran resaltarlo cuando ofrecen producto nacional. Se suele identificar producto nacional con buen producto,  porque nuestros agricultores están reaccionando ante la competencia de los precios de los países en desarrollo, donde la mano de obra es muchísimo más barata, con una apuesta por la calidad: salvo raras excepciones, las legumbres y arroces importados no alcanzan el nivel de los garbanzos de Fuentesauco o Pedrosillanos, de las judías del Barco o de la Granja y las lentejas de la Armuña. O los arroces con denominación de origen, como los de Valencia o Calasparra. Lo mismo podemos decir de los finísimos ajos de Chinchón o de Las Pedroñeras frente a los de China.
 Las importaciones masivas de alimentos también han llegado a los productos frescos. En la frutería del Hipercor he encontrado hoy melocotón de Chile, uva blanca de Sudáfrica, aguacates de Méjico, piña de Costa Rica, manzanas Reineta de Canadá o judías verdes de Marruecos.
Incluso melones de Brasil a donde estarían llegando algunas empresas de Villaconejos o espárragos de Perú que llegan desde allí en avión, como cuentan con cierta sorpresa en Directo al Paladar. Lo curioso es que los kiwis son asturianos.
En cuanto a pescados frescos o en conserva, es raro que procedan de los caladeros españoles, prácticamente esquilmados. Las latas de las principales marcas conserveras pueden llevar hoy navajas de Chile (Escuris), almejas de Corea (Cuca), berberechos de Holanda (Patrón), melva de Cabo Verde (Ubago) o caballa de Marruecos (Isabel). Como ocurre con las legumbres, muchas veces se oculta la procedencia del producto, pero es fácil saber si viene de otros mares, porque si se ha pescado en las costas españolas lo dice bien claro en el envase.
La pregunta es ¿qué comprar?. Si se busca precio, es fácil que los productos importados sean más baratos, pero seguramente tienen una calidad inferior o están menos adaptados a nuestros gustos alimenticios: las gambas del Pacífico no se pueden comparar con las de Huelva y un buen arroz de Calasparra hace mejor paella que otro de vaya usted a saber dónde.
Otro factor a tener en cuenta en el caso de la fruta es la estacionalidad. No es lo mismo tomar la fruta en su estación, cuando está madura y tiene su mejor sabor, que esas otras que se han cortado a miles de kilómetros, totalmente verdes, y que maduran en las cámaras frigoríficas de los barcos que llegan desde países muy lejanos. En este caso, el precio juega a favor del producto nacional, porque la fruta de estación es más barata que la que se trae del otro lado del globo., aunque en ese caso no podremos comer melocotones en enero. El Comidista ha hecho un furibundo alegato contra frutas y hortalizas fuera de temporada.
Y un último factor: el ecológico. Un estudio de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla llegó a la conclusión de que los alimentos importados recorren una distancia media de 4.253 kilómetros antes de llegar al consumidor español. El mismo estudio señala que el transporte de esos alimentos supone la emisión a la atmósfera de 4,7 millones de toneladas de CO2.Si lo que consumimos se cultiva o cría cerca, evitamos malos humos.
Todo esto sin mencionar la importacia de consumir productos de aquí para reanimar la economía.
Va a ser cuestión de mirar la matrícula de origen a cada producto que echemos en el carrito del super.
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7 comentarios:

LP dijo...

Interesantisimo

elena dijo...

A mi también me parece muy interesante.

Modernete dijo...

Hola. Voy a dejar salir mi vena ecologista a pasear un poco.

El problema de la sociedad donde vivimos, y el nuestro como integrantes de ella (no vayamos a echar todos los balones fuera), es que vivimos en un eterno verano.

Además de comer fruta y verdura fuera de temporada, estamos en manga corta en casa en invierno (calefacción) y tenemos luz de 7 de la mañana a 11 de la noche (luz artificial).

Pero todo eso tiene o tendrá unas consecuencias, ya sean de consumo de recursos o más personales en forma de estrés... ¿dormimos tan bien como se dormía antes?

- Juanjo

elena dijo...

Desde luego lo que es evidente es que esto no es sostenible. Pensemos en plural y actuemos en singular.

angel dijo...

Realmente interesante, y lo más importante es que la mayoria de las personas que efectuan la compra no conocen esas caracteristicas que todos deberíamos tEner en cuenta.

ACS

angel dijo...

Me he convertido en un auténtico "fan" prefiero decir seguidor, del blog MENUS PARA IMPRESIONAR por los exquisitos menús que expone, y tambien por los extraordinarios comentarios sobre algunos establecimientos o restaurantes, que la mayoria no conocemos.

ACS

elena dijo...

Gracias Angel