26 de febrero de 2013

Poner la mesa


¿Por qué decimos “poner la mesa”? ¿De dónde viene esta expresión? Me dio una pista la guía que mostraba el Palacio de Linares, ese bello edificio frente a la Cibeles, construido con todos los lujos y que prácticamente no ha sido habitado. Según explicaba, el hermoso comedor del palacio era una novedad en la época. Salvo las grandes mansiones, no era habitual que las casas tuvieran una sala destinada exclusivamente a comedor. A la hora del almuerzo o la cena, la mesa se montaba en algún lugar de la casa, que se despejaba para dejar sitio. Allí con unos caballetes y un tablero se improvisaba la mesa: es decir, se “ponía la mesa”. Incluso en las casa más ricas tardó en adoptarse esa costumbre.
En el Museo del Prado hay un bonito cuadro de Luis Paret y Alcázar, que representa a Carlos III comiendo ante su corte. El monarca, está sentado solo a una mesa que parece improvisada en el rincón de un gran salón, mientras, cerca, los cortesanos siguen con su conversación. Alrededor hay perros a los que, seguramente, el Rey cazador echaba los huesos a modo de premio. En el Palacio de Oriente, que entonces estaba recién estrenado, había comedores, pero debían utilizarse sólo para los grandes banquetes.
Y si eso hacía el Rey, imaginaos lo que pasaba en casas más humildes. La mesa se imporvisaba con cualquier sitio y, sin ningún tipo de mantel, la familia se sentaba como podía y comía muy ajena a que una actividad como esa pudiera sujetarse a normas de urbanidad por elementales que fueran. Los alimentos se tomaban con las manos, como todavía se comen ciertos platos en algunos países árabes. Lo normal era también que todos comieran de una fuente: tener un plato por persona era un lujo. En pocas mesas había cucharas -los caldos se sorbían- y los tenedores tardarían en llegar. El cuchillo o la navaja servían para cortar rebanadas de pan que se usaban a modo de cucharas, o para insertar migajones en la punta y comer, por ejemplo, las gachas. No hace tanto que he visto comerlas de esa forma en un pueblo manchego. Por supuesto, con la navaja se cortaba la carne, que luego se comía con las manos, como todavía hay quien hace. Los huesos, se echaban a los perros, que rondaban la mesa siempre. En fin, una guarrería.
Según Bill Bryson, en Inglaterra, el comedor no empezó a conocerse hasta finales del siglo XVII, y la palabra sólo aparece en los diccionarios británicos cuando el siglo XVIII estaba ya muy avanzado. Con mucho humor, Bryson, cuenta en su libro “En Casa” que la aparición de los comedores, no se debió tanto a un repentino impulso de comer en un espacio dedicado exclusivamente a ello, sino más bien al deseo de la señora de la casa de preservar los muebles: el mobiliario tapizado era caro y lo último que quería la orgullosa propietaria de una casa era que la gente se limpiara los dedos en él. Si es verdad aquello de que” en la mesa y en el juego se conoce al caballero”, parece que antes de la aparición del comedor, a juzgar por los modales, los caballeros debían ser más bien rudos. Y costó refinarlos. Por ejemplo, cuando apareció el tenedor se le consideró algo melindroso y poco varonil.
Lo curioso es que la moda de poner un comedor, que se hizo popular entre las clases más acomodadas, trajo aparejado un protocolo cada vez más refinado y complejo que a muchos les costaba seguir.
Y la mesa se hizo más y más barroca. En una cena formal, cuenta Bryson, un comensal podía enfrentarse hasta con nueve copas de vino diferentes y un despliegue cegador de cubertería que podía incluir elementos especializados como palas para queso, cucharillas para aceitunas, cuchillos para las gelatinas o paletas para el tomate: ríete tú de la pala de pescado.
Esta locura no podía seguir sin criados y poco a poco fue volviendo la sensatez. A veces, cuando veo como alguien se lleva la bandeja con la cena al sofá desde el que ve la televisión, pienso que nos hemos pasado. Aunque bien mirado, comer en la mesita baja que suele haber delante del tresillo, no es muy distinto de hacerlo arrodillado en un tatami como los japoneses, o sentado en una alfombra como los árabes.
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