24 de octubre de 2017

Bolmanía



Mi abuela no debía de saber que cuando desayunaba su tazón de café con leche, en realidad estaba tomándose un bol: “tazón sin asas, cuenco”, según la definición del diccionario de la Real Academia. Y si no sabía esto, mucho menos se imaginaba que alguien llegara a pensar que los boles (a la Real Academia no le parece bien que se escriba bols) iban a sustituir a los platos. No deja de ser una exageración de influencers (todavía no lo acepta la RAE) poco reflexivos o gente que se deja llevar por el entusiasmo de las modas sin caer en que estas, por definición, son siempre pasajeras. De cualquier manera, últimamente se habla de los boles por todas partes: abren restaurantes en los que todo se sirve en ellos, se escriben libros sobre la cocina del bol, se inventan recetas que sólo podrían servirse en estos cuencos y se elabora toda una literatura sobre los mil beneficios para la salud de la comida de bol. O sea, que el bol es tendencia; está pasando ese minuto de oro que todos, incluso los elementos de una vajilla, tenemos en la vida.
La bolmanía será, seguramente, una estrella fugaz. Pero, mientras pasa, no será malo aprovechar lo bueno que pueda tener. Por ejemplo, lo saludable de la comida para bol. Por la misma configuración del recipiente, es más adecuado para tomar verduras y ensaladas, algún tipo de pasta y, cuando lleva carne o pescado, estos se presentan en dosis ligeras cuando no mínimas. Todavía no se ha visto a nadie tomar un chuletón de buey o un besugo a la espalda en un bol. Lo del bol son las mezclas, que cada uno se confecciona y aliña a su antojo sin tener que preocuparse de si la receta es o no ortodoxa. Unas hojas de acelga por aquí, un poco de cous cous por allí, una tiritas de bacon crujiente por el medio y, dando ligazón a todo, una vinagreta con mostaza de Dijón y aceite virgen a la que espolvoreamos con frutos secos picaditos. Las mezclas posibles son casi infinitas, pero casi siempre tendrán la ventaja de ser ligeras y, con componentes como los citados, muy saludables. Hay, incluso, quien ha teorizado sobre esto y asegura que un buen bol debería incluir un 15% de proteína magra, 25 % de granos enteros, 35% de verduras, 10% de salsas y otro 30% de extras, como nueces, semillas, brotes… Es además una comida informal, apta para tomar de pie en una reunión con amigos, en la que se van probando distintas combinaciones de un bufé variado que, seguramente, estará lleno de color.
El color, por cierto, puede ser uno de los rasgos más atractivos de la comida de bol y de los boles propiamente dichos, que, en las tiendas del ramo, vamos a encontrar con mucha variedad: de vanguardia, vintage, étnicos …
El bol además, tiene una ventaja nada desdeñable: como ocupa las dos manos, una para sujetarlo y otra para el cubierto, evita que nadie ande enredando con el móvil.

Este verano, para celebrar la jubilación de mi cuñado, hicimos una cena de bol. Sobre varias mesas largas que procuramos que estuvieran bien vestidas e iluminadas, dispusimos, agrupados, distintos tipos de ingredientes: verdes, productos de lata, carnes y pescados, crunchy y salsas.
las salsas
las verduras
crunchy y conservas
Cada uno improvisaba su composición y la tomaba sentado en alguna de las mesas distribuidas por el patio o charlando en los grupos que se formaban y deshacían espontáneamente. Al ser una comida ligera, no creo que hubiera nadie que se quedara sin repetir y catar nuevas mezclas hasta tres o cuatro veces. Habían pasado los rigores del tórrido verano, teníamos buena música, la bebida no escaseó y estábamos entre amigos… una noche para no olvidar.

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