13 de noviembre de 2018

¿Sabremos alguna vez si lo que comemos es sano?


Me refiero a los alimentos procesados, es decir, los industriales, esos que, a veces, es imposible saber qué contienen realmente.
La ministra de Sanidad y Consumo acaba de anunciar que, pronto, los envases de los alimentos procesados llevarán en sus envases el llamado Logo Multi-Score, un código de letras y colores que dirán muy claramente qué alimentos son mejores desde el punto de vista nutricional y cuales menos recomendables (se supone que todo alimento que se vende en un supermercado ha pasado los filtros necesarios que lo declaran apto para el consumo).
No deja de ser curioso que cinco de las mayores multinacionales de la alimentación habían anunciado casi lo mismo tres días antes: un código de colores que las empresas podrían colocar “voluntariamente” en los envases de alimentos y que indicaría su mejor o peor calidad nutricional. Cuando las empresas hablan de código ético, autorregulación o normas éticas de adhesión voluntaria, hay que sospechar que algo tratan de evitar, porque, si esas normas fueran buenas para su negocio, no necesitarían ponerse de acuerdo con nadie, sencillamente las aplicarían para tener ventajas sobre la competencia. En este caso, parece que trataban de adelantarse a las medidas que quiere imponer el gobierno, todavía sin fecha.
En apariencia los dos códigos son iguales: se han elegido los colores del semáforo (distintas intensidades crecientes de verde, naranja y rojo), lo que facilita la comprensión, y a cada color se le ha adjudicado una letra por orden alfabético, lo que induce a pensar en una gradación. En realidad, estos colores, mediante un algoritmo elaborado por la Universidad de Oxford, lo que hacen es traducir a un lenguaje fácilmente inteligible para todos la información nutricional que los envases de alimentos llevan en su parte posterior en forma de tabla. Es decir, mediante un color nos indicarán si las cantidades de grasas, azúcares, sales, etc, tomadas en conjunto, hacen que un alimento sea mejor o peor desde el punto de vista nutricional.

La palabra mágica
¿Cuál es la diferencia entonces? Una sola palabra que puede cambiar todo. El método anunciado por el gobierno, que ya está en vigor en Francia y Bélgica, hace la cuenta con las cantidades de grasas, azúcares, sales, etc. por cada 100 gramos de alimento. El de las empresas lo hace por “raciones”, un término impreciso, que permitiría que se colasen como saludables alimentos que no lo son tanto. Los nutricionistas ponen el ejemplo de una ración de cinco galletas, que podría tener la luz del verde más intenso en este semáforo nutricional, ya que las cantidades de azúcar, sales y grasas que contienen son pequeñas, aunque, en términos relativos, sean elevadas. Las mismas galletas en un envase de medio kilo podrían obtener un rojo rotundo.
Además, las empresas pretendían que la adhesión a este código fuese voluntaria, con lo que es fácil imaginar que las utilizarían para sus productos más saludables y no querrían ni verlas para los más cargados de azúcares, grasas, etc.
Se supone que la normativa del gobierno exigirá que este logotipo figure obligatoriamente en todos los envases de alimentos procesados y, además, en su parte frontal.
Habrá que verlo, porque ahora se inicia una negociación de tres meses con la industria alimentaria, que suele defender sus intereses peleando cada palmo de terreno.
Cada vez son más los países que toman medidas contra la obesidad y, aunque la industria alimentaria trata de mirar hacia otro lado y culpa al sedentarismo y la falta de ejercicio, la mayoría de estas medidas ponen el acento en reducir los efectos negativos de los alimentos procesados, cargados de azúcares, sales, y grasas perniciosas.
Un estudio realizado entre 2014 y 2015 señala que un sesenta por ciento de españoles tiene sobrepeso o, directamente, obesidad. El porcentaje es superior en 6 puntos a otro realizado en el año 2000, lo que quiere decir que esta epidemia del siglo XXI va en aumento.
Menos mal que cada vez hay más gente concienciada. Empezando por los más pequeños. Mi nieta de cuatro años, cuando acompaña a su madre al supermercado, le suele preguntar si las galletas que ha echado al carrito llevan aceite de palma.
 
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