4 de febrero de 2020

¿A setas o a Rolex?

Los renovados cines del antiguo Opción, ahora rebautizados como UrbanX, tienen unos sillones muy amplios que se reclinan hasta casi la horizontalidad. Son realmente cómodos: no chocas con el codo del vecino y te permiten que te tumbes tanto como te apetezca con solo pulsar un botón. Cada sillón, además, tiene adosada, en uno de los brazos, una mesita en la que cómodamente cabe un plato y un vaso grande. Fui un día laborable y ninguno de los pocos espectadores que había en la sala estaba haciendo uso de ella. Sin embargo, en el hall de entrada, donde la venta de palomitas, se ven llamativas fotografías de auténticos platos combinados. Supongo que una puede comprar uno y llevárselo dentro para merendar o cenar, aprovechando la mesita adosada al súper sillón. Ignoro si con el plato te dan tenedor y cuchillo. He leído, en algún sitio, que los nuevos cines, en su afán de frenar la sangría de espectadores camino de Netflix, HBO y demás, planean hacer de las salas una especie de restaurante gourmet con pantalla grande y sonido Dolby. Incluso he visto fotos de alguna de estas salas donde, en la mesita para cenar, tienen una pequeña luz que permite ver lo que comes a la vez que provoca una penumbra que diluye esa sensación de cámara oscura que es la esencia de un cine. Como son salas “de luxe” (“Premium” se dice ahora), ya no tienes que comprar la comida en el hall, sino que un camarero acude solícito a tomar la comanda y luego a servirla. Imagino que, por último, a pasar la cuenta. Como son muchas las mesas repartidas por la sala, al final aquello se debe convertir en un hormiguero de gente moviéndose y hablando (aunque sea bajito) que impide ver la película como Dios manda y, por supuesto, disfrutarla.
Me gusta mucho el cine; me gustan los buenos restaurantes (caros o baratos), pero creo que la mezcla es un error y que, pasada la novedad, no va a solucionar la deserción de los espectadores. Como en el chiste de Josechu, “déjate de Rolex. Si estamos a setas, a setas”.
En un buen restaurante, lo importante es la comida, que sólo debe aliñarse con una conversación agradable. A nadie se le ocurre poner un gran televisor con el volumen desatado cuando va a servir un menú degustación de 10 exquisiteces cuyos sabores delicados requieren que el comensal les dedique su atención para apreciarlos como merecen.
Por otra parte, en un cine, lo importante es la película, cuyo disfrute necesita el silencio absoluto y la oscuridad que, inevitablemente, concentra nuestra atención en la ventana luminosa de la pantalla. Me resulta difícil disfrutar de una buena película cuando el vecino hace comentarios constantes y se escucha el crujido de las palomitas que, además, inundan la sala de un olor poco agradable. No entiendo muy bien por qué no se no se pueden pasar 90 minutos sin comer e, incluso a los niños se les compran cubos de palomitas que, en otro sitio, se les vetarían por el peligro cierto de indigestión grave.
¡Ah! Y en ninguno de los dos sitios, ni restaurante, ni cine, me gusta que suenen los móviles.
¡Si vamos a setas: a setas!


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